Al hablar del siglo XIX, nos referimos con frecuencia, más que a un periodo de cien años a toda una fase cultural de Europa con unas características determinadas y con unos problemas muy específicos. En este sentido el siglo XIX no terminó, como cronológicamente debiera, en 1899, sino algo más tarde, en 1914, al comenzar la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra (1914-1918).
De la misma manera el siglo XX ofrece momentos importantes que invitan a dar más importancia a una división de este periodo que a una cronología estricta. Se puede contar además de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la Revolución rusa de 1917, la depresión económica de 1929, los regímenes totalitarios, la Segunda Guerra Mundial, la época del Telón de Acero o Guerra Fría y la desintegración de los regímenes comunistas, que llevó, en 1989, a la destrucción del Muro de Acero que dividía Europa.
España, al quedar al margen del conflicto armado de 1914, mantuvo sin resolver sus conflictos sociales, herencia del siglo XIX, hasta la caída del régimen monárquico en 1931. Desde entonces, se pueden designar como los periodos más importantes, la evolución política de la Segunda República, la tragedia de la Guerra Civil, el largo gobierno de Francisco Franco (1938-1975), caracterizado por su tradicionalismo y aislamiento de Europa, su reintegración a la unidad europea iniciada en los años 50 y la transición hacia la monarquía parlamentaria y constitucional, en la persona del rey Juan Carlos I en 1975.
Como en tantas ocasiones en la historia de la cultura, las artes fueron participantes de las tendencias, corrientes, e ideologías que fueron transformando la sociedad, dando como nunca antes testimonio de ellas y tomando parte en su interpretación y desarrollo.
Situación política europea
La política internacional europea había girado hasta 1914 en torno a problemas que atañían directamente a los países del centro continental europeo, Alemania, el Imperio Austro-húngaro y Rusia, y a la amenaza que sus alianzas o rivalidades podían representar para los demás. La misma Francia, derrotada por Prusia en 1870, se sentía alarmada ante la nueva unidad nacional alemana y las ambiciones imperiales de los reyes de Prusia, que, desde 1871, habían asumido el título de Emperador de Alemania.
España, por razón de su situación geográfica y su inestabilidad política, había quedado excluida de toda participación efectiva en la política internacional. Por una parte, Alemania haba firmado un pacto con Austria-Hungría, al que se unió más tarde Italia, formando la Triple Alianza(1882). Aunque ésta no era una alianza militar formal, sino sólo una promesa de cooperación mutua en lo que se refería a la política exterior, ayudó a la formación de un bloque antagónico la Triple Entente(1907), en la que entraron Francia, Rusia e Inglaterra.
El clima bélico así creado llevó a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en la que Europa entera sufrió unas pérdidas terribles en vidas humanas y riqueza material. En 1917 la situación de Rusia llegó a ser insostenible. Las tropas rusas habían sufrido grandes derrotas en los frentes de batalla, mientras que, en el interior, el sistema de gobierno absolutista de los zares tuvo que ceder ante el empuje revolucionario, primero más bien burgués y moderado de los mencheviques, y después ante la revolución radical impuesta por los bolcheviques. El año siguiente, 1918, Alemania y Austria-Hungría, incapaces de continuar el esfuerzo bélico, se rindieron a sus adversarios.
Con la Guerra Mundial (1914-1918) comenzó además la desintegración de la hegemonía europea. Estaba fundada ésta no solamente en el poderío militar de Europa, sino también en una superioridad técnica e intelectual todavía reconocida por todos y que todos trataban de emular como el camino hacia el progreso. Incluso las dos grandes potencias recientemente aparecidas, los Estados Unidos y el Japón, lo eran por el mayor grado de europeización en su desarrollo económico e industrial.
Con la guerra se desmoronó además el antiguo orden político sin que fuera posible el retorno a la sociedad tranquila y segura de sí misma, que había sido Europa con anterioridad a 1914 durante el periodo de la Belle Epoque y de una clase media en el cenit de su importancia política y económica.
El Tratado de Versalles (1919), con el que se formalizó la capitulación de los vencidos, dejó sin solucionar los graves problemas de la desconfianza mutua y de las rivalidades económicas y políticas existentes entre las naciones europeas, causas principales de la guerra. Por el contrario, las condiciones económicas que el tratado de paz imponía a los vencidos hizo que las deudas de guerra fueran origen de profundas desavenencias entre las potencias aliadas y de convulsiones económicas y políticas en las naciones vencidas, que las llevó a buscar la solución en regímenes nacionalistas totalitarios.
La crisis económica causada por la Gran Guerrafue origen, además de la Revolución rusa, de una agitación extraordinaria en las clases obreras de todas las naciones europeas, las cuales, organizadas ya en forma de partidos políticos, comenzaron a hacer oír sus opiniones y a imponer sus condiciones a los nuevos programas políticos, sociales y económicos.
En consecuencia, la vida política en las naciones más industrializadas y, por lo tanto, más avanzadas y ricas de Europa, dejó de ser una sucesión de gobiernos conservadores y progresistas para convertirse en una lucha de tres grupos, de los que con frecuencia el de los partidos obreros, izquierdistas y revolucionarios, era el más fuerte o segundo en poder.
En Rusia al asumir el poder los bolcheviques en nombre de los soviet de diputados obreros y campesinos, proclamaron la República Soviética que muy pronto se transformó en Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En 1919, a raíz de la fundación de la Tercera Internacional Comunista (Komintern), la mayor parte de los militantes revolucionarios europeos se agrupó bajo la bandera de la nueva Rusia para una acción mejor dirigida y coordinada. En el congreso celebrado en Moscú el año siguiente con delegados de 37 países, se fijaron los 21 puntosde Lenin, o las tesis de Moscú. En estos puntos se preveían las futuras acciones revolucionarias y guerras civiles y se dictaban órdenes para llevar a cabo sublevaciones armadas, exigiéndose de todos los partidos y sus miembros una disciplina ciega y una completa obediencia a la dirección central del Komintern en Moscú.
Bajo el gobierno de Lenin, Rusia había derivado rápidamente hacia la constitución de un régimen totalitario de partido único, cuyas características eran la autoridad absoluta del partido sobre todas las formas de la vida social o privada de sus miembros. Según el mismo Lenin el Estado totalitario requería "la abolición de todos los límites legales impuestos al poder." Con la ayuda del Komintern, la dictadura rusa pretendía dirigir la política y las actividades de los partidos comunistas europeos, los cuales durante muchos años se dedicaron a la preparación de la sociedad para la creación de gobiernos de soviet copiados y aliados del modelo ruso.
Con la gran crisis económica de 1929 pareció desmoronarse además el régimen capitalista entero, con la consiguiente pérdida de confianza en el porvenir. Éste aparecía todavía más inestable a medida que la Revolución rusa de 1917 tomaba formas duraderas y permanentes y comenzaba a manifestar sus ambiciones de conquista.
El caos económico, consecuencia de la guerra, las condiciones excesivamente duras que el Tratado de Versalles impuso a los vencidos, el temor a una nueva guerra, y, después, la "amenaza roja" de una revolución comunista de signo ruso, fueron causa de que una serie de movimientos nacionalistas surgieran con gran fuerza en muchos países europeos. Ante el desprestigio del sistema liberal y parlamentario y su incapacidad de resolver los problemas económicos, estos movimientos se inclinaron por lo general a unas formas de gobierno más radicales y autoritarias, incluso dictatoriales, las únicas que, según ellos, podían restablecer la eficacia del Estado. En consecuencia numerosos países en Europa adoptaron la dictadura como nueva forma de gobierno, unos, como Italia con Mussolini, a partir de 1919, otros, como Alemania con Hitler, después de 1929.
De esta manera surgieron los tres frentes de combate característicos de este tiempo: el conservador, el revolucionario y el nacionalista, que aunque de por sí solamente reflejaban una situación interna, podían adquirir fácilmente una gran importancia internacional a causa de los nuevos programas sociales.
Situación cultural en Europa
También la cultura europea siguió unas líneas desconcertadas. Los intelectuales y artistas abandonaron el racionalismo y objetivismo imperante durante ya dos siglos, pero no regresaron hacia la fe religiosa tradicional, sino que continuaron por el camino de un subjetivismo más emotivo que racional. En psicología, siguiendo a Freud se estudió el subconsciente, abriendo así paso a la consideración del inconsciente en las acciones y emociones humanas. En filosofía la experiencia y evidencia controladas por la razón cedieron ante la fenomenología de Husserl, que toma como base del conocimiento la intuición, de por sí irracional, para más tarde llegar al existencialismo de Heidegger.
Lo mismo ocurrió con la poesía desde el simbolismo de Paúl Valery hasta el expresionismo, dadaísmo y surrealismo poético de André Bretón. Mientras la escultura buscaba una expresividad subjetiva en la abstracción y distorsión intencional de los objetos, la prosa literaria, novela y teatro se sumergía en un análisis introspectivo de la psique humana (Marcel Proust, James Joyce), o presentaban la tragedia de la existencia humana (Jean Cocteau, Paúl Claudel), o la oposición entre las intenciones del hombre y la realidad de sus acciones (Luis Pirandello), o sencillamente buscaban refugio en una literatura de fácil evasión (Sinclair Lewis, F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway) típicamente anglosajona.
El arte en Europa
En términos generales, el arte del primer tercio del siglo XX, aproximadamente, participa de la inquietud que caracteriza todas las manifestaciones sociales de este tiempo. Es una época de crisis política y económica. El espíritu científico, las necesidades materiales de un período en que la industria y el maquinismo llegan a un insospechado desarrollo, y la inquietud social que rompe la unidad en todos sentidos de la sociedad y su cultura, no tan sólo en la comunidad europea, sino también dentro de las comunidades nacionales, son factores determinantes en las formas del arte del siglo XX.
Pero a esto hay que añadir también la influencia en el arte de las grandes monarquías, Francia, Inglaterra, España, ya de larga historia, y también las recientemente formadas, Alemania e Italia. Todas atraían a la nobleza con el brillo de la Corte, que los nobles aceptaban y la clase media acomodada imitaba según sus medios.
En el caso de España se daba el caso concreto de la reina María Cristina, austriaca de nacimiento y esposa de Alfonso XII, príncipe heredero que mantuvo estrechas relaciones con la sociedad de Viena. Su influencia fue causa de que el modernismo vienés, “Jugend Stil” y “Sezession” tuvieran en España una gran resonancia.
En las artes la unidad ya quebrantada en el siglo XIX, se rompe definitivamente, sucediendo un período de un individualismo exacerbado, de una libertad absoluta, en la que se busca un nuevo comienzo distinto de los dogmas estéticos tradicionales, dándose una serie de reacciones contra las corrientes tradicionales. Es ésta una actitud de protesta común a todas las artes, aunque en especial a la pintura y la poesía. Se basan unas en razones estéticas, y otras en ideología social de oposición a las corrientes burguesas y conservadoras tradicionales.
Las formas más tradicionales tampoco buscan una continuación del pasado, sino que, con un manifiesto eclecticismo, se toma, con más o menos fortuna, elementos de todos los estilos anteriores, pero sin que exista una tendencia dominante.
Se advierten en arquitectura ciertas tendencias predominantes debidas fundamentalmente a su carácter utilitario, lo mismo ocurre con la decoración interior donde el nuevo arte "moderno", llamado también "futurista" adquiere un sentido más técnico, menos preocupado por el sentido estético, o mejor quizá buscando la belleza en las líneas mecánicas.
Es en las artes figurativas, en especial en la pintura, donde se multiplican las tendencias ya iniciadas desde el fin de siglo. En pintura la tónica fue el alejamiento de la objetividad en una serie de abstracciones, “-ismos”, basadas más en la apreciación subjetiva que en la percepción objetiva, y que se manifestaron cada vez más radicales, como el futurismo, dadaísmo cubismo, expresionismo, orfismo, sincronismo, vorticismo, y surrealismo con sus equivalentes.
Aunque los autores y artistas buscan la aceptación y reconocimiento por la sociedad, huyen de seguir sus normas o gustos. Por el contrario, es cada vez más evidente que el autor artista reclama para sí y asume la autoridad de determinar no ya el gusto y el estilo sino la esencia misma del arte. Es la visión subjetiva lo que le interesa y el “yo” del artista lo que determina.
A esto se llega, aunque de diferente modo, en todas las naciones y en los diferentes estratos sociales como mezcla de un cierto esteticismo con la conciencia social, y en la vanguardia artística con una visión social de la sociedad, negativa o positiva, pero ambas postulando cambios que eran con frecuencia sociales y revolucionarios.
Del impresionismo a la vanguardia
El impresionismo en pintura hacia el fin del siglo había ido transformándose en una pintura que con frecuencia era expresión temperamental de los artistas. De éstos unos interpretan la realidad con un colorido brillante en el que se pierde la línea del dibujo – el postimpresionismo; otros, los “fauvistas”, exageraban el colorido hasta una punto criticado ya entonces como “salvaje” (del francés: “fauve, fauvisme”), de estos el representante máximo es Henri Matisse (1869-1954). Otros, todavía, buscaban en el color y la forma una correspondencia con la emoción y el pensamiento, y en la pintura la expresión de los sentimientos, del sueño interior de los poetas, llamados por ello, al igual que los pintores de esta tendencia, simbolistas. Éstos toman por tema la realidad sublimada, como Paúl Gauguin (1848-1903), o el mundo distorsionado, irreal o alegórico, como ya lo pinta Odilon Redon (1840-1916) en muchos de sus cuadros.
En escultura, si bien en ciertos aspectos sigue una evolución análoga, predomina, no obstante, el sentido de la masa equilibrada, con una cierta tendencia a la estilización, a veces geométrica, de los volúmenes.
La vanguardia y sus –ismos
El vanguardismo es posiblemente el cambio que mejor caracteriza el fin de la “Belle Epoque” y el comienzo del siglo XX. Aunque vanguardia se puede entender como una presencia al frente de cualquier movimiento, a principios del siglo XX toma un carácter de oposición a los modelos y temas de la clase media, acomodada o rica, elegante y descuidada de los problemas de la clase trabajadora, del proletariado. En este sentido los “ismos” vanguardistas representan una oposición estética, social y política a los ideales, técnicas y gustos de fin del siglo XIX y principios del siglo XX.
Aunque no exclusivamente políticos, estos vanguardismos se caracterizan tanto por su estética y la gran variedad de sus matices y formas de expresión, como por la mentalidad política de sus seguidores, lo que llevó en unos a un abierto desprecio por el arte “burgués” o “aburguesado” demostrado por los grupos comunistas y revolucionarios y en otros por mucho del nuevo arte que consideraban como “arte degenerado“, según la frase (entartete Kunst) atribuida a Hitler.
Futurismo
De todos los movimientos vanguardistas de comienzos del siglo XX, el futurismo es el más fuerte, influyente y agresivo, y el más declaradamente subversivo.
Su intención es revolucionar la vida entera, desde la literatura y las artes hasta la sociedad y la concepción de la vida misma. Se considera fundador del 'futurismo' al poeta italiano Filippo Tommasso Marinetti, quien, en el año 1909, proclamó el primer manifiesto futurista, que fue traducido al español el mismo año y publicado en la revista Prometeo.
Los postulados del futurismo son declaradamente agresivos y radicales: odio al pasado, llegando a propugnar la demolición de los museos y la quema de las bibliotecas; odio al orden, propugnando la destrucción de la sintaxis en el lenguaje, de la ordenación en la tipografía, de la composición en la pintura.
Elementos del nuevo arte son amor a la violencia y al peligro; a la velocidad; al valor, a la audacia, a la revolución; exaltación de lo deportivo en contraposición al estudio, meditación y ensueño. Todos estos son los elementos básicos de la nueva sociedad y de su expresión en el nuevo arte.
Los principios del futurismo se encuentran en las obras de Nietzsche, quien en su parábola “Las tres transformaciones del espíritu” defiende la rebelión contra los usos y costumbres, rechaza la necesidad de las formas, defiende el triunfo de la fuerza. Nietzsche defiende la lucha contra la sociedad y contra el arte tradicional.
En la Primera Exposición de los Pintores Futuristas celebrada en París en 1912, se proclamaba:
1. Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad.
2. El coraje, la audacia, la rebelión, serán elementos esenciales de nuestra poesía.
3. La literatura exaltó, hasta hoy, la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso de corrida, el salto mortal, el cachetazo y el puñetazo.
4. Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza, la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil rugiente, que parece correr sobre la ráfaga, es más bello que la Victoria de Samotracia.
5. Queremos ensalzar al hombre que lleva el volante, cuya lanza ideal atraviesa la tierra, lanzada también ella a la carrera, sobre el circuito de su órbita.
6. Es necesario que el poeta se prodigue, con ardor, boato y liberalidad, para aumentar el fervor entusiasta de los elementos primordiales.
7. No existe belleza alguna si no es en la lucha. Ninguna obra que no tenga un carácter agresivo puede ser una obra maestra. La poesía debe ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para forzarlas a postrarse ante el hombre.
8. ¡Nos encontramos sobre el promontorio más elevado de los siglos!... ¿Porqué deberíamos cuidarnos las espaldas, si queremos derribar las misteriosas puertas de lo imposible? El Tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros vivimos ya en el absoluto, porque hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente.
9. Queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo– el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere y el desprecio de la mujer.
10. Queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y contra toda vileza oportunista y utilitaria.
11. Nosotros cantaremos a las grandes masas agitadas por el trabajo, por el placer o por la revuelta.
Surrealismo y sus equivalentes
Surrealismo, superrealismo y suprarrealismo es un movimiento artístico y literario que surge a principios del siglo XX y es considerado como consecuencia de los estudios sobre el subconsciente humano popularizados por de Sigmund Freud. Aunque también se quiere ver sus bases e inicio en algunos pintores flamencos, concretamente en Jerónimo Bosh, o el Bosco (1450-1516) en sus cuadros sobre el Pecado y la Humanidad. Se busca su origen inmediato en el movimiento contemporáneo llamado DADA, que rechaza toda norma y código cultural existente ya que eliminan la espontaneidad del individuo, raíz única de la belleza.
Fue promulgado en 1924 por el escritor francés Andrés Bretón en su “Manifiesto del surrealismo” como “ausencia de todo control ejercido por la razón, fuera de cualquier preocupación estética o moral.”
El surrealismo, en común con sus equivalentes, busca la realidad natural del ser en las formas sin trabas sociales o morales del subconsciente. Solo en él el hombre es 'natural'. El arte debe expresar la naturalidad perfecta que se encuentra en el subconsciente. De aquí que los sueños sean una de sus avenidas más frecuentes.
El surrealismo fue especialmente fecundo en poesía, con André Bretón, Louis Aragón, Picavia, entre otros, y en pintura con Marc Chagall, Giorgio de Chirico, Rene Magritte, en escultura con Max Ernst.
En España el surrealismo comenzó a manifestarse en pintura, hacia 1915, con Picasso, seguido más tarde por Salvador Dalí y Joan Miró; en literatura hacia 1925, con Rafael Alberti, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre y Federico García Lorca; el más citado es Buñuel en su film “Un perro andaluz”.
El surrealismo, con sus derivaciones, se ha demostrado como uno de los movimientos de vanguardia y protesta de más larga duración, aunque sus resultados, en muchos casos, sean ya monótonos y repetitivos; más producto de continuación que auténtica espontaneidad artística.
Arte "decó"
Como continuador transformado del estilo modernista de fin de siglo, concretamente del “Art Nouveau”, llega hacia los años veinte el nuevo estilo “moderno” que recibirá más tarde, en 1966, el nombre de arte “decó” apócope de “Arts decoratifs et industriels modernes” que se hizo popular tras la exposición en París en 1925. En su principio aplicado a la decoración arquitectural e interior, muebles y otros productos industriales ya usados en el estilo del “Art Nouveau”.
Caracterizado por sus líneas escuetas y limpias, florales estilizados y geométricos, con incorporación de temas industriales con mayor decoración en un principio, y más sencillo y geométrico hacia los años 30, hasta llegar a la concepción de arte futurista, a cuya fama contribuyó su aceptación por la cinematografía, tanto en filmes estrictamente futuristas, como en los que buscaban una mayor modernidad en la elegancia de sus planos. La famosa pareja del cine norteamericano Fred Astaire y Ginger Rogers bailaron con frecuencia en salones adornados en este estilo.
Medios muy populares para la divulgación del nuevo estilo fueron también las revistas ilustradas de la época, cuyas páginas servían para consagrar las nuevas modas y establecer las normas de la feminidad moderna de los años 20.
Situación social y cultural en España
En España los efectos de la Primera Guerra Mundial, en la que no tomó parte, también se dejaron sentir, aunque de manera muy distinta que en el resto de Europa. Económicamente la guerra benefició en un principio a España, que mantuvo abiertamente sus relaciones comerciales con los aliados, aunque fue arrastrada más tarde al caos de la Gran Depresión de 1929.
En la vida política, el proceso de debilitación de la monarquía parlamentaria continuó hasta llegar al paréntesis de la Dictadura (1923-1930) y terminar en la desintegración de la Segunda República (1936). Parte del panorama político fue también, por una parte, la adhesión del partido comunista español al Kominterny la consiguiente alianza de sus miembros con los ideales rusos, cuyos métodos y resultados fueron adoptados como modelo a seguir.
En consecuencia, el proletariado, en proceso de organización desde fin del siglo, comenzó a desarrollar una actividad, con frecuencia de índole revolucionaria. Por otra parte, y como reacción, surgieron los movimientos nacionalistas, conservador, liberal y parlamentario de Acción Española, o declaradamente antiliberal como la Falange y la Junta de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS), mientras que otros partidos, como el tradicionalista “requeté”ampliaban sus programas políticos para incluir una postura anticomunista.
En la vida cultural se mantuvo la dependencia española de las corrientes europeas, con París como centro de la vida artística donde se concebían y desde donde se irradiaban las nuevas modas, aunque los artistas buscaban ya, al mismo tiempo, la aprobación del Nuevo Mundo representado por Nueva York.
El pensamiento filosófico español, sin embargo, siguió el camino iniciado el siglo anterior buscando en Alemania sus modelos y maestros. Los productos así conseguidos eran europeizantes, en cierto sentido de claro origen francés o alemán, pero siempre sometidos a la transformación que imponía la espiritualidad española, menos inclinada que la europea a aceptar un pesimismo filosófico o un materialismo antirreligioso.
Arte en España
Las nuevas corrientes y estilos artísticos, aunque llegaban a España con sus perfiles ideológicos, ya perdidos o desvirtuados, iban recibiendo el nombre conjunto de ultraísmo o vanguardia. A pesar de esta moderación relativa se habla con justicia de una crisis, en la que los elementos conservadores y los más avanzados coinciden en su doble falta, de seguridad por el presente, y de críticas constructivas del pasado.
La arquitectura
La arquitectura urbana de las primeras décadas, continúa en estilo y espíritu las líneas iniciadas en las décadas anteriores, sin ser capaz de transformarlas o darles personalidad especial.
Característicos de estos años son el Banco de España, mezcla de estilo renacimiento pero con adornos del Art Nouveau típico de fin de siglo, el monumental Palacio de Comunicaciones de Madrid, que sigue un barroquismo ecléctico de origen francés o parisino adoptado también en otras capitales, el Ayuntamiento de Valencia; y el monumento a Alfonso XII, en el Parque del Retiro de Madrid de un neoclasicismo también francés, obra de José Grases en colaboración con numerosos otros escultores de nota,
Siguen, en cambio, una línea de historicismo estudiado los edificios para la Exposición Iberoamericana celebrada en Sevilla en 1928 con representación de los principales estilos renacentistas de España.
Más importancia por su novedad tiene la influencia, en técnica y en estilo, de la arquitectura norteamericana manifestada ya en el Edificio de la Telefónica de Madrid construido en 1926. Esta influencia se extiende con la línea escueta, el adorno estilizado, o geométrico, usado también en la decoración interior, del arte decó.
La escultura
La escultura de principios de siglo sigue, como las demás artes, la misma doble línea de tradición y vanguardia. Aunque los escultores de este tiempo en España ofrecen sólo una contribución modesta en su número, la calidad de las obras de sus mejores artistas es de gran importancia, siendo muchas de ellas todavía admiradas y aceptadas como modernas en las ciudades y museos de España y del extranjero.
Es muy importante el escultor Mariano Benlliure (1866-1947). Aunque anclado fuertemente en la técnica tradicional y en su temática nacional y regionalista, es uno de los más apreciados de su tiempo.
Su percepción de la realidad está expresada en una reproducción casi fotográfica de los detalles, que sirve de marco a un mundo interior expresado con una fuerza y vitalidad extraordinarias. Su obra gozó de gran aceptación durante su tiempo, de lo que dan testimonio los muchos monumentos que a él se deben.
Realista y tradicional fue también el segoviano Aniceto Marinas (1866-1953), autor del monumento a Velázquez, a la entrada del Museo del Prado, y de Hermanitos de leche, en el jardín de la Biblioteca Nacional, ahora en el Casón del Museo del Prado, ambos en Madrid.
Nueva línea realista
Una nueva línea realista queda representada por Lorenzo Coullaut-Valera (1876-1932), quien comenzó, a principios de siglo, con obras según el estilo del “Art Nouveau” para adoptar más tarde una línea realista tradicional.
Es muy conocido por su conjunto de Don Quijote y Sancho del Monumento a Cervantes, construido en 1927, en la plaza de España de Madrid y por su Monumento a Gustavo Adolfo Bécquer, en el Parque de María Luisa en Sevilla.
Línea de vanguardia
En contraste con éstos, Pablo Gargallo (1881-1934) representa la línea de vanguardia. También él había comenzado en las líneas lánguidas y vagas del modernismo, pero, pasando por una estilización de líneas, llegó a participar de la tendencia europea hacia la estilización del arte decó en un elegante desnudo femenino, “Academia”, Museo de Arte Moderno en Barcelona, hasta llegar al fin, a la valoración de huecos y vacíos para crear la impresión de volumen. En estas obras usa con frecuencia del hierro como el material de trabajo. Entre otras muchas, es muy conocida su escultura “El Profeta”, de la que una de sus réplicas se halla en Washington.
Uno de los mejores escultores de vanguardia expresionista es el valenciano, Julio González (1876-1942) considerado como uno de los escultores más importantes de principios de siglo. Entre sus obras más importantes se cuenta “Don Quijote”, “La mujer con el espejo”, realizada en 1936, “El grito” y “Yunque de sueños”. Obras importantes suyas se encuentran en París, Nueva York, aunque la colección más importante de su obra se encuentra en el Instituto Valenciano de Arte Moderno.
La pintura
En pintura, Hermenegildo Anglada Camarasa (1871-1959), nacido en Barcelona, es el último de una generación íntimamente unida al espíritu parisino de fin de siglo, aunque es ciertamente demasiado tardío, ya que muere en 1959, para ser considerado auténtico representante del arte de Fin de Siglo.
Sin embargo, por su estilo eminentemente decorativo, debe ser considerado un continuador de los grandes decoradores de Fin de Siglo, concretamente del austriaco Gustav Klimt (1862-1918) Aunque el reconocimiento de su arte, en Europa y América, Norte y Sur, le acompaña hasta su muerte, su primera fama le llega ya a principios de siglo con exposiciones en Paris, Londres, Venecia y Buenos Aires.
Sus cuadros de gran luminosidad y colores brillantes, que usa abundantemente en el decorado, parecen continuación del espíritu de la Belle Epoque. Sus pinturas, sobre todo de figuras femeninas marcan, como las del vienés Gustav Klimt, una inclinación por el adorno, casi más que al dibujo y al retrato, son consideradas como una primera representación de la nueva modernidad.
Modernidad española
Dos direcciones fundamentales son las que dominan en la pintura española desde principios de siglo. Una forma parte de las corrientes de revolución artística en Europa a principio de siglo, adoptando y desarrollando las técnicas y temas franceses, y llega a formar, en España, la llamada Vanguardia, o más frecuentemente Escuela de París. La segunda reconcilia y combina los nuevos estilos con los temas tradicionales españoles, formando lo que se ha llamado “línea doméstica de la modernidad española”.
Escuela de París
La pintura española contemporánea, sin embargo, está dominada por tres artistas cuya longevidad hace que cubran una gran parte del siglo XX. Hay que incluirlos aquí porque su intensa participación en la vida artística de este tiempo los hace sus representantes más característicos. Reciben el nombre por su dedicación al espíritu parisino, aunque más el ‘bohemio’ de fin de siglo, que el elegante de la clase acomodada y también por el mucho tiempo que residieron en Francia, generalmente en París.
Pablo Ruiz Picasso
El pintor español contemporáneo más famoso es Pablo Ruiz Picasso (1881-1973), cuya obra ha dejado una profunda huella en la pintura moderna. Es muy difícil situar a Picasso en un período determinado. A pesar de que su longevidad y su no menos extraordinaria productividad, siempre vital y cambiante, han hecho que sobreviva a todos los movimientos y escuelas de la primera mitad del siglo, su presencia en el arte no ha dejado de ser la más importante en la pintura contemporánea del mundo. Nacido en Málaga y residente durante un tiempo en La Coruña, Picasso demostró muy pronto sus aptitudes extraordinarias para la pintura por lo que fue admitido, cuando contaba sólo catorce años, en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona.
A principios de siglo, mientras imperaba en París el modernismo artístico, Picasso comenzó a pintar jugando con una monocromía a base de tonalidades azules, pintando casi exclusivamente tipos y escenas de los bajos fondos y de la bohemia parisina. Pero más que un naturalismo desesperanzado, sus figuras, dibujadas con un cierto manierismo de líneas, expresan abandono, soledad y resignada melancolía.
Los años que siguen (1904) Picasso adopta la monocromía rosa, como símbolo y expresión de una mayor alegría, que usa en la pintura de figuras animadas, en movimiento de bailarines, payasos y máscaras.
Época cubista
En 1906-1907, época negra, experimenta con los contrastes producidos con negros, grises y ocres, a la vez que sus figuras pierden la definición de la línea. A esta época pertenece el cuadro “Las muchachas de Avignon”, con el que se abre camino hacia el cubismo. En él, Picasso rompe con la tradición impresionista y en vez de aceptar la noción de que las figuras desaparecen en el color de la naturaleza, busca por el contrario su reducción a líneas fundamentales en las que predominan las rectas y angulares. Esta pintura que abunda en lo que parece ser cubos fue llamada entonces, un poco en burla, cubismo. En este cuadro se incorpora en los rostros de las muchachas el motivo africano.
La época cubista de Picasso se define hacia 1908, aunque no se determina, puesto que la inquietud insatisfecha que mueve a Picasso le lleva a cambiar, desde un estilo analítico de reducción a líneas y volumen a base de juego de colores hasta un cubismo hermético en que líneas y colores ocultan el objeto analizado. En su realización usa una monocromía suave que no oculta completamente las líneas de reducción bajo un conglomerado de líneas y manchas de color. Por estos años el cubismo era ya aceptado universalmente como una alternativa al arte moderno, y Picasso gozaba de una fama extraordinaria en todos los centros artísticos del mundo.
Hacia 1914 comenzó a experimentar con la técnica del collage y con la imitación pictórica de los materiales que en él se usan, aunque sin abandonar el estilo cubista, que llega en estos años a su depuración más perfecta. La belleza de su pintura, su armonía y plasticidad hacen ya olvidar el tema, estos cuadros no “dicen” nada, tan sólo producen una sensación estética. Es la época asociada con el arte decó.
Época expansionista
Hacia 1920, tras un viaje a Italia, Picasso creó el llamado nuevo clasicismo en el que juega con la monumentalidad de las figuras y su capacidad expresiva.
En 1934 Picasso regresó a España con la intención de establecerse en ella durante un tiempo. La Guerra Civil le sorprendió en París, desde donde aceptó el cargo de director del Museo del Prado. Es la época llamada expansionista (1934-1946) del pintor y a ella pertenece uno de sus mejores cuadros, “Guernica”. Pintado en 1937 para el pabellón español republicano de la Exposición Internacional de París, representa una serie de imágenes con las que se evoca la agonía de la guerra total. Inspirado en la destrucción del pueblo vasco de Guernica por las bombas de la aviación alemana, ve la guerra desde el punto de vista de la población civil, de los que no luchan, sólo sufren.
Al terminar la Guerra Civil, Picasso emigró a Francia, donde continuó su producción artística, pasando por otra serie de épocas en las que se distingue primero un sentido más íntimo con colores más suaves y temas más personales y sencillos. Durante sus últimos años Picasso volvió al paisaje, a las figuras estáticas, quietas o dormidas, y a composiciones en los que los modelos desaparecen. También ha experimentado con otros materiales, escultura y litografía, para la que usa una técnica especial. Aunque muy poco de su obra tiene tema social, su abierta adherencia al partido comunista hizo de Picasso el gran defensor de los ideales políticos de la izquierda. Con su fallecimiento en 1973, se cerraba una gran época de la pintura europea.
Joan Miró
Otra de las figuras de la pintura española del siglo XX que han merecido una fama internacional es Joan Miró (1893-1983). Nacido y educado en Barcelona, comenzó a pintar con una visión de la realidad deformada al estilo expresionista francés y con un colorido influido por la escuela fauvista. Más adelante, a partir de un viaje a París, la pintura de Miró se simplifica bajo la influencia cubista, convirtiéndose en simples alusiones sutiles a la realidad. Desde 1923 se le puede ya considerar adherido a la escuela surrealista, a la que se mantuvo fiel durante el resto de su vida artística. Gran viajero durante los años siguientes, regresó a España en 1940 para instalarse en Barcelona.
En 1942 comenzó a experimentar con la cerámica cuyo arte desarrolló, con gran éxito, junto con la pintura, durante los años siguientes. En 1947 visitó los Estados Unidos y, entre otras obras, realizó el enorme fresco que decora el Hotel Plaza de Cincinnati. En 1955 se le encargaron unos murales cerámicos para el edificio de la UNESCO en París, que fueron terminados en 1958.
La pintura de Miró, como también su cerámica, mantiene siempre su afiliación al arte abstracto. Pero no usa de las líneas rectas y angulares del cubismo, sino que realiza sus dibujos a base de perfiles curvos y sinuosos. Sus cuadros no son una abstracción de la realidad deformada en busca de una independencia de la forma sino, más bien, una reducción a líneas que pretenden sugerir imágenes. Miró, aunque surrealista, es alegre e ingenuo, juega con colores brillantes, contrastes fuertes y con unas líneas que sugieren un primitivismo infantil o arqueológico del arte primitivo levantino.
Salvador Dalí
La dirección “realista” del surrealismo está representada en España por Salvador Dalí (1904-1989). Comenzó su formación artística en la Escuela de Bellas Artes de Madrid. Descubrió el surrealismo primeramente a través de sus lecturas de Freud y más tarde, en 1929, cuando con ocasión de su primer viaje a París entabló contacto con el grupo surrealista. En esta época fue amigo íntimo de García Lorca y colaboró con Luis Buñuel en dos de sus películas surrealistas, “Un perro andaluz” y “La edad de oro”.
Entre las muchas técnicas usadas por los surrealistas en la evocación del subconsciente, Dalí ofrece un mundo definido, creado con todo detalle, imágenes y objetos reproducidos con un realismo total y absoluto en el que hace gala de un virtuosismo extraordinario. Sin embargo su composición es extravagante, paradójica y sus planos, como en los sueños, se superponen o se pierden en una lejanía sin límites.
Sueños y símbolos
La pintura de Dalí toma dos formas, surrealistas ambas, aunque de tono y espíritu totalmente diverso. Una constituye las interpretaciones de sueños o expresiones del subconsciente humano. En éstas abundan los horizontes inmensos y áridos, amarillos y ocres, en los que aparecen en primer plano figuras muertas o en plena corrupción, algunas con insinuaciones eróticas, todas abrumadoras en su soledad o total decadencia. En otros cuadros aparecen evocaciones de figuras o cuadros famosos. La segunda forma es la que adopta Dalí para los cuadros generalmente de tema religioso, en los que lo absurdo del subconsciente humano cede el paso a un simbolismo subconsciente, expresado también con la técnica y el virtuosismo realista que le son característicos. De éstos últimos son famosos “Jesucristo crucificado”, “La última Cena”, que se conserva en la National Gallery, Washington, y “El descubrimiento de América” pintado para la asociación americana de Caballeros de Colón.
Aunque los críticos reconocen unánimemente la maestría de Dalí en el dibujo y en el uso del pincel, la evaluación que hacen de su persona y de su calidad artística es muy varia. Todos están de acuerdo en llamarle excéntrico, pero muchos lo llaman, además, frívolo, mientras algunos le acusan de una falta de “integridad artística”, de un exceso de técnica, que dicen ser poco artística. A pesar de ello, Dalí pasa a la historia como uno de los pintores surrealistas más conocidos.
Línea doméstica de la modernidad
La línea doméstica de la modernidad española está formada casi en su totalidad por artistas que aunque usaron de técnicas y estilos tomados de las escuelas francesas, buscaron su inspiración en las realidades geográficas y sociales de España.
La preocupación de estos artistas por interpretar el mundo español de su tiempo, sin buscar refugio en un escapismo técnico o temático, da lugar a una pintura cuyo tema es España y una actitud crítica expresada con un realismo duro. Para ello desvalorizan el dibujo y disminuyen el colorismo, usando en cambio tonos oscuros y ocres. Es, en pintura, expresión de la crisis de conciencia de fin de siglo generalmente asociada con los escritores de la llamada Generación del 98.
Artistas notables
José Gutiérrez Solana (1886-1945) nacido en Madrid, manifiesta en su pintura su propio carácter, pesimista y atormentado. En su pintura parece criticar duramente clases sociales y costumbres españolas, prefiriendo también como temas personajes del pueblo o de la baja sociedad, incluso los marginados, los cuales representa con una patética exageración superrealista y tremendista.
Es notable también Ricardo Baroja (1871-1953), aunque mejor conocido como hermano de Pío Baroja, fue además de escritor, pintor y notable grabador. Sus dibujos y grabados sirvieron de ilustración de libros, generalmente como su hermano prestando atención a las clases bajas de la ciudad.
También Ignacio Zuloaga (1870-1945) representa un regreso a la pintura auténticamente española. Hijo de artesanos vascos, Zuloaga comenzó su aprendizaje en la pintura copiando cuadros en el Museo del Prado en Madrid. En 1889 se trasladó a Roma y el año siguiente a París, donde recibió la influencia de los impresionistas y conoció la obra de Van Gogh, Gauguin y Toulouse-Lautrec, con quienes participó en una exposición colectiva. En 1893 se instaló definitivamente en Sevilla, aunque participó con éxito en numerosas exposiciones de pintura celebradas en las capitales europeas y en dos ocasiones, 1916 y 1925, también en Nueva York.
A pesar de la influencia impresionista francesa que se percibe en su obra, la pintura de Zuloaga es fundamentalmente tradicional. En parte idealista, sigue la línea realista de los grandes maestros españoles, siendo Velázquez y Goya a quienes más se asemeja por su técnica y su colorido muy abundante en tonos oscuros.
La copiosa obra de Zuloaga cubre una multitud de asuntos: retratos, composiciones, desnudos, paisajes y bodegones, pero en todos ellos la nota tónica es el sentimiento severo y sombrío, casi hosco, con que el artista reproduce una naturaleza dura y una sociedad pobre y altanera. En sus cuadros de composición, muy importantes son el gitano, de los toros, el ambiente castellano, pero sobre todo el paisaje. En éste los pueblos diminutos, aunque perfectamente dibujados, se pierden como abrumados en una naturaleza sin árboles, de tonos duros, secos, expresión de una vida interior profunda pero sin sonrisas.
Claro representante de la línea doméstica es el andaluz Daniel Vázquez Díaz (1886-1969). Comienza a estudiar en Madrid, para continuar en París, donde se deja influir por el postimpresionismo. De Cezanne aprende la interpretación ordenada y geométrica, casi cubista, que va a ser característica de su obra. A su regreso conoció a otros artistas, Regoyos y Solana, y escritores, Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset, y también toreros famosos, de quien nos ha dejado numerosos retratos.
Vázquez Díaz, al contrario de otros de su generación, es un pintor de colores suaves, casi pálidos, que dan a sus pinturas un tono frío, con líneas claramente idealizadas. Su gran cualidad es el perspectivismo, del que usa para dar mayor expresión de serenidad a la composición. Una de sus obras más famosas son los frescos del monasterio de la Rábida en honor de Cristóbal Colón, obra realizada en 1927. Aunque el sentido de modernidad de su pintura hizo que el reconocimiento le llegara relativamente tarde, hoy es considerado como uno de los más importantes iniciadores de una vanguardia auténticamente española.
Benjamín Palencia (1894-1980) es el representante más claro de la “línea doméstica”, es importante, también, como puente entre las dos guerras. Había nacido en Albacete, pero estudió en Madrid donde entabló amistad con J. Ramón Jiménez, Dalí y otros muchos artistas y escritores. Más tarde emprendió el viaje obligado hacia Paris, donde conoció a Picasso y Juan Gris. Aunque continuó viajando hasta la Guerra Civil, hacia 1928 se estableció definitivamente en Madrid. Es entonces cuando formó la llamada Escuela de Vallecas, “con el deliberado propósito de poner en nuevo pie el nuevo arte nacional que compitiera con el de Paris”. Este deliberado intento de buscar inspiración en el paisaje castellano, moviéndose entre un poscubismo y un superrealismo, encontró adeptos entre otros artistas, Maruja Mallo y escritores, García Lorca, Rafael Alberti. La tarea de este grupo quedó interrumpida por la Guerra Civil.
José Segrelles es un notable pintor, pero es más famoso como ilustrador. Nació en Albaida, Valencia, en 1885 y murió en 1969. Comenzó sus estudios en Valencia terminándolos en Barcelona. En 1927 alcanzó fama internacional con su ilustración a "Las florecillas de San Francisco" y 1929 fue reconocido como cartelista con el que fue el primer Cartel de las Fallas de Valencia. Con el éxito de su exposición en Nueva York en 1930 alcanzó ya la fama de ilustrador comparable al francés Gustavo Doré (1832-1883) o al inglés Arturo Rackham (1867–1939).
Son importantes sus ilustraciones a obras literarias, de Blasco Ibáñez, Dante, Allan Poe y sobre todo a las "Las mil y una noche" y "Don Quijote"; y sus ilustraciones a textos musicales de Beethoven y Wagner.
Su técnica de pincelada dura, dibujo de un efectismo y cromatismo extremados dan a sus cuadros e ilustraciones un sentido dramático muy notable, que tienen gran efecto en sus cuadros de ficción. Como pintor aunque tienen importancia sus cuadros costumbristas y religiosos, estos últimos se pueden calificar como cuadros de tema religioso, más que auténticamente religiosos.
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