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Historia, cultura y artes

 
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 Siglo XVIII: Siglo de los Reyes

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Situación política y cambios culturales en el siglo XVIII

Como resultado del cambio dinástico en España de los Habsburgos alemanes a la línea francesa de Borbón, tras la Guerra de Sucesión (1701-1714/1715) en la que se vio envuelta casi toda Europa, España entró en la órbita de Francia adoptando como norma el régimen político y cultura social franceses, en  abierto contraste con las seguidas durante el reinado de la dinastía alemana de los Habsburgos.

Felipe V, nieto de Luis XIV de Francia, el Rey Sol, con quien se inicia la nueva dinastía en España, aceptó e impuso formas políticas, sociales y culturales, producto e imitación del absolutismo real que regía en Francia. Aunque las relaciones políticas de ambas naciones, España y Francia, cambian a lo largo del siglo bajo la regencia de los reyes, la influencia en las formas sociales y direcciones culturales permanecen bajo la influencia predominante de Francia.

Felipe V, que tenia sólo dieciséis años cuando comenzó a reinar, era de un carácter tranquilo tímido y casi receloso, que con el tiempo fue degenerando hasta hacerse un tanto extravagante y maniático. Felipe V contrajo matrimonio dos veces y en ambas ocasiones fueron sus esposas y los consejeros de éstas los determinantes de la política española.

A partir de entonces, la política exterior de España siguió la de Francia, con la que se firmaron los llamados Pactos de Familia (1733, 1743) y en la política interna se confiaron los asuntos de estado a ministros españoles. Fueron éstos, por lo general, hombres de sólida educación y gran formación jurídica o administrativa, quienes introdujeron en España una política de centralismo absolutista que, aunque no exenta de problemas y conflictos, fue causa de una gran prosperidad.

Fernando VI (1746-1759) fue un monarca culto, amante del progreso y de las artes. La importancia que dio a la tranquilidad y bienestar del pueblo hizo de su reinado uno de los más pacíficos y prósperos que España había tenido desde el reinado de Felipe II, casi doscientos años antes. Aunque la corta duración de su reinado redujo su influencia en la historia del siglo. Al morir en 1759 sin dejar descendencia, heredó el trono su hermano Carlos III, hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio, su segunda esposa.

Carlos, hasta el fallecimiento de su hermano, había sido rey de Nápoles, y ya en Nápoles, como en España el fin primordial de su política fue la reconstrucción económica y cultural de la nación. Hombre de gran cultura y muy influido por las ideas de la Ilustración, fue el representante más característico de un absolutismo aplicado al desarrollo y progreso del pueblo, en un régimen que se cita como “gobernar al pueblo, pero sin el pueblo” y recibió el nombre de "despotismo ilustrado".

La influencia francesa impuesta al pueblo ocasionó en múltiples aspectos de la vida española una serie de conflictos entre la aceptación de costumbres y modas en su mayoría demostrada por los segmentos de la sociedad más influidos en la vida política y cultural, por los nuevos gobernantes y una continuación de las costumbres y modas que sostenían los segmentos tradicionales del país adoptadas por la mayoría de la población española, para quienes la aceptación de los cambios que imponían los gustos franceses, significaba un “afrancesamiento” visto como excesivo y opuesto a las tradiciones españolas.

El siglo XVIII español se caracterizó así por sus cambios radicales. El nuevo orden político y administrativo introducido por los reyes trató de desmontar las estructuras políticas, sociales y económicas tradicionales, que en su opinión eran causa de la decadencia nacional, para imponer aquellas otras que habían hecho de Francia la nación más culta, rica y poderosa de toda Europa.

Aunque en general se criticaba el pasado más de lo que era justo y se llevaba a cabo mucho menos de lo que se proyectaba, los resultados de este afrancesamiento consciente fueron sin duda valiosos, pues con ellos se preparó la sociedad española a entrar en los siglos modernos. Pero el primer período de la dinastía de los Borbones tuvo para España graves consecuencias al introducir una división entre los seguidores de la tradición política, religiosa y cultural de la nación y los defensores de unas reformas que, en nombre del progreso y de la cultura, querían imponer al pueblo.

El error de los partidarios del despotismo ilustrado consistió en creer que el régimen absolutista francés que intentaban tomar como modelo para España representaba el comienzo de un nuevo orden social, cuando en realidad era el fin de una época. No preveían ellos que la Ilustración francesa, que exaltaba la razón y defendía los derechos del individuo, no se conformaría con atacar solamente la autoridad de la Iglesia, sino que terminaría destruyendo también la misma monarquía absolutista que la propagaba.

En este sentido, el tradicionalismo español demostró una visión política más clara que sus gobernantes al oponerse a las ideas racionalistas y materialistas del enciclopedismo francés por las consecuencias políticas, religiosas y sociales que acarrearían. Su error, en cambio, consistió en rechazar, con las doctrinas de la Ilustración, muchos de los adelantos y reformas que éstas proponían y que la sociedad española urgentemente necesitaba.

Como resultado, frente al afrancesamiento de muchos nobles, intelectuales y artistas, la mayoría de la población se mantuvo aferrada a las formas de vida tradicionales. Así se explica que este siglo recibe toda clase de interpretaciones, y mientras que para unos todo lo que se ha hecho en España de útil procede del siglo XVIII, para otros faltó a España un "siglo ilustrado y educador."

Las artes del siglo XVIII

Las artes demuestran en España los mismos problemas y conflictos que se observan en la vida social de la nación. Por una parte, la tradición espiritual y la sensibilidad del pueblo continuaban representadas por formas y estilos que se mantuvieron válidos y productivos durante la mayor parte del siglo. Y por otra parte, los estilos franceses que, pujantes y seguros por la protección oficial de que gozaban, se iban imponiendo en la vida social y cultural de la nación.

A lo largo del siglo XVIII las artes se van definiendo y transformando, y en su desarrollo demuestran también la influencia de los cambios sociales y políticos. Y así no se suceden una tras otra claramente y su importancia, duración y división responden a causas políticas, sociales y religiosas. Las artes que responden a la tradición española de los siglos precedentes mantienen su aceptación por el pueblo, mientras que los estilos franceses se aplican en un principio a las artes más relacionadas con la Corte y su entorno social.

Sólo más tarde, pasado el medio siglo, se va imponiendo un nuevo estilo, el neoclasicismo, que se aplica con preferencia, y por especial protección de los gobernantes, a los monumentos y obras de arquitectura relacionados con la administración del estado y la educación. En ambos casos se percibe claramente un acercamiento, o mezcla, que van tomando las artes en estilos y formas.

Las artes industriales

Las artes industriales son quizá el más claro ejemplo. Muy importantes fueron los cambios y mejoras en las artes de aplicación industrial y uso diario. El desarrollo industrial y comercial fueron conseguidos con la creación por decreto y con subvención real, Manufacturas, o Fábricas Reales. Con frecuencia y en un principio servían éstas para suministrar a los palacios y a la alta sociedad productos de acuerdo con los nuevos estilos y, al propio tiempo, desprestigiaba las artesanías locales, consideradas como poco productivas y menos elegantes, sirviendo, al mismo tiempo, de modelo a las industrias privadas.

Así ya durante el reino de Felipe V, se estableció la Real Fábrica de Tapices, que dio un mayor empuje a la industria tapicera. A partir de mitad de siglo, bajo el reino de Carlos III, ya en el periodo del Absolutismo o Despotismo Ilustrado, se continuó la política de creación de Fábricas Reales pero ya para servir como ejemplo de modernización. Así se intentó la modernización de la industria de cerámica, a la vez que se introducía el uso de la porcelana.

El arte tradicional de la cerámica y azulejos se mantenía muy importante en Talavera, Valencia, Aragón y Andalucía, y el del vidrio en Barcelona, pero con estilos y modos de fabricación en uso desde la Edad Media. Para su modernización se quiso hacer modelo con talleres nuevos, como, por ejemplo, los de cerámica de Alcora (Castellón). En ellos, por decreto real de Carlos III, fueron introducidas nuevas materias y técnicas de elaboración de la cerámica, a la vez que se aplicaban nuevos modelos de decoración en los que abundaban los motivos franceses, característicos todavía hoy, de esta cerámica.

Importante fue también la fabricación de porcelana del Buen Retiro, establecida por Carlos III, y en la que técnicos extranjeros introdujeron los métodos y modelos franceses de Sévres y alemanes de Sajonia. Otras Fábricas Reales fueron la de paños de Guadalajara, de sedas de Talavera, de cristal en La Granja.

Por las mismas razones la industria del mueble abandonó la tradición nacional para imitar las modas inglesas y francesas de la época. Aunque la exageración de las curvas y el gusto por una marcada apariencia suntuosa disminuían su carácter español. A fines de siglo, se impuso también en España un nuevo estilo caracterizado ya por la mayor sobriedad de la línea neoclásica.

Artes plásticas

En las artes plásticas, arquitectura, escultura, y pintura, el conflicto se manifestó, por una parte, en el mantenimiento preferente del estilo barroco, continuación del siglo anterior, en el que se veía una mejor expresión de la religiosidad y sensibilidad tradicional. Por otra parte, los estilos franceses que, pujantes y seguros por la protección oficial, se iban imponiendo en la vida artística de la nación.

Estos dos estilos dividen las artes plásticas a lo largo del siglo en un barroco español y un barroco francés.

Barroco español

El estilo barroco había demostrado desde las últimas décadas del siglo XVII una clara inclinación hacia una mayor teatralidad y efectismo tanto en la composición y adorno de sus elementos como en la postura y acción de sus figuras.

Sus características generales además, efectismo cromático, aplicación de oro, profusión de imágenes y uso de la luz, frecuentemente en obras de mayor envergadura, con los llamados transparentes, o apertura al exterior, que permitía la aplicación de la luz natural exterior sobre un punto de la obra.

Se trataba no solamente de un cambio estético sino que también respondía a los cambios culturales, causa y efecto, de la llamada Reforma Protestante. Con su simplificación del culto que parecía ser un ataque a la expresión religiosa tradicional del catolicismo, se impuso un nuevo énfasis en los puntos religiosos más discutidos. Por ello se percibe que el cambio exagerado en el llamado barroco del siglo XVIII, o tardío, es fundamentalmente religioso y se cultiva en los países observantes de un cristianismo católico estricto, no sólo en  España, sino también en Portugal, Italia, Bavaria, o Sur alemán, y Austria, aunque con sus peculiaridades específicas en cada país.

En España la arquitectura nacional continuó representada por el estilo barroco tradicional, que mantuvo su tendencia hacia una mayor decoración en sus exteriores ya manifestada claramente a finales del siglo anterior. Aunque no exclusivamente, este estilo fue usado predominantemente para iglesias y edificios religiosos.

La inclinación hacia la exuberancia ornamental característica del barroco nacional produjo una variante llamada, por uno de sus representantes más notables, estilo “churrigueresco“, usado preferentemente, aunque no exclusivamente, para la decoración interior de los templos a iglesias. El creador y más influyente propulsor de este estilo fueron los hermanos Churriguera, el madrileño José de Churriguera (1665-1725), y Alberto, que dieron el nombre al estilo, y dejaron numerosas obras difundiendo su estilo por el centro de la Península. Las obras “churriguerescas” más  famosas  de José de Churriguera son sus magníficos retablos de altar, como el de la iglesia de San Esteban de Salamanca, y el de la capilla del Sagrario en la catedral de Segovia, entre otros muchos.

Este se distingue por su exagerada ornamentación. Las columnas son frecuentemente  invertidas (estípites), o salomónicas, éstas retorcidas, con frecuencia también cubiertas de flores y pámpanos, y por las ventanas y ventanales que son enmarcados con molduras quebradas en sus esquinas. Sobre los cornisamentos se apoyan gran número de figuras llenas de movimiento que parecen querer salirse de la obra. En los altares, en los que, con frecuencia, se incluye en su centro un ventanal, o transparente, todo queda rodeado de una exuberante decoración policromada, o de talla recubierta de oro.

El Barroco español fue perdiendo rápidamente su importancia ante la creciente influencia de los estilos franceses, que acompañó al cambio dinástico de los Habsburgos alemanes a la Casa de Borbón francesa. Pero más que una derivación artística o un cambio estético en la nación, parece responder sencillamente al favor oficial y a la preferencia que se otorgaba a los artistas, muchos de ellos italianos y franceses, que seguían las nuevas formas, con las que se habían hecho famosos en Europa al ser aceptadas en Francia. Por ello aparece usado en un principio en palacios y más tarde en casas nobles y obras asociadas con la administración del reino.

Barroco francés

A lo largo del siglo XVIII también la sensibilidad artística francesa pasó por unos cambios notables. La rica y majestuosa herencia de Luis XIV, el barroco francés, representada por el Palacio de Versalles, se distinguía por la severidad clásica de sus fachadas uniformes y simétricas. En sus interiores, aunque se prodigaban los elementos ornamentales, se había mantenido siempre un orden no desprovisto de sobriedad. Los techos de los palacios e iglesias en especial se cubrían de frescos de temas mitológicos en los palacios, religiosos en los templos, que con frecuencia se abrían a un cielo abierto que aumentaba los efectos pictóricos con el llamado “trompe d’oeil” en el que se usaba la perspectiva creada sobre un plano o bóveda para dar énfasis a la dimensión y volumen en un dibujo que quedaba así convertido en una imagen tridimensional.

Durante el reinado de Luis XV y su sucesor Luis XVI sin embargo, aunque en los exteriores se mantuvo generalmente la línea clasicista del reinado anterior, en los interiores, decorado y muebles, se introdujo el llamado estilo “rococó”.

En éste, se huía deliberadamente de toda forma sobria o severa, como también la ornamentación barroca más recargada, buscando la gracia y elegancia de la línea curva, y de las formas ovales, asimétricas y "de riñón", con abundante uso de temas mitológicos, florales y de jardín; amorcillos y pájaros juguetones, dorados o de suave colorido azul, amarillo o rosado.

Neoclásico

Como reacción contra este estilo, considerado muy pronto ser de un excesivo refinamiento y, por ello, decadente, comenzó a dejarse sentir ya durante el reinado de Luis XVI un cambio que, sustituyendo completamente al anterior, dominó en Francia y gran parte de Europa hasta bien entrado el siglo XIX.

El nuevo estilo, llamado neoclásico, por estar basado en modelos de la antigüedad clásica, romana y griega, tuvo muchas causas determinantes. La más importante fue, sin duda, el fenómeno de la Ilustración, que creó de la cultura de Roma y Grecia el mito de una civilización basada en la razón, filosofía, orden y, más tarde, democracia.

Esta apreciación del arte clásico hizo de él una norma estética inmutable a la que debían someterse todos los artistas. Aquí también la creación de Academias Reales de Bellas Artes, conjuntamente con la de Historia y la de Lengua, fueron un instrumento efectivo de imponer los nuevos estilos.

Los viajes arqueológicos, estudios del arte griego, el descubrimiento de Pompeya y Herculano y sus excavaciones subsiguientes, iniciadas por Carlos III, rey entonces de Nápoles y luego de España, proporcionaron los modelos concretos a imitar.

La nueva estética encontró su más influyente maestro en el alemán Johann (Hans) Joachim Winckelmann (1717-1768), quien, con su “Historia del Arte en la Antigüedad“, idealizó la estética griega y romana. A él se atribuye la frase “Noble sencillez, Serena grandeza” (Edle Einfalt, Stille Größe) con que, desde entonces, se caracteriza y define el arte clásico. También se debe a Winkelman la importancia que se dio desde entonces al arte de Pompeya, descubierta ya en el siglo XVII, y a las excavaciones iniciadas en Herculano en 1719 y las de Pompeya en 1748.

Ahora bien, a lo largo del siglo XVIII, esta imitación del arte clásico estuvo sometida al gusto francés, con el resultado de la incorporación de motivos y adornos, más franceses que griegos. Es sólo a partir del siglo XIX, cuando la característica del nuevo estilo clásico, el neoclasicismo, se aproxima claramente a imitación y copia del arte griego y del romano.

A mediados de siglo llegaron a España, juntamente con las corrientes culturales de la Ilustración, las artísticas del neoclasicismo. El gusto versallesco, introducido por Felipe V, fue sustituido por la preferencia que los reyes sentían por un estilo arquitectura más estilizado, con menos ornamentación y mayor uso de temas o adornos griegos. Ello da como resultado una mezcla de barroco francés y líneas neoclásicas que va a caracterizar el llamado neoclasicismo oficial a lo largo del siglo.

Carlos III (1716-1788) rey de España desde 1735, es quien generalmente se asocia con el auge de la moda del neoclasicismo francés en España. A su protección se deben los mejores edificios y monumentos en este estilo que aún hoy adornan muchas capitales españolas, principalmente Madrid.

El barroco en decadencia cede a un eclecticismo en el que se mezclan las formas clasicistas con las barrocas tradicionales y se usa con frecuencia en las obras de arquitectura religiosa, aunque también en algunas dedicadas a la administración pública. En su construcción intervienen con frecuencia arquitectos extranjeros.

El estilo neoclásico con influencia francesa perduró hasta bien avanzado el siglo XVIII, llegando a sustituir hacia fines de siglo la exagerada ornamentación del churrigueresco.

La escultura

La escultura religiosa continúa por lo general dentro de la tradición barroca española, mientras las tendencias francesas, barrocas y neoclásicas, encuentran su campo más fecundo en la escultura urbana y civil.

En términos generales las imágenes, más típicamente dieciochescas, se caracterizan por el movimiento de miembros y vestimentas que se les aplica, y, con frecuencia por el exagerado patetismo, en cuyo efectismo teatral, se llega a perder el intimismo de las imágenes barrocas del siglo precedente.

En la escultura es común la tendencia de los artistas a usar de una cierta serenidad neoclásica para suavizar el patetismo de la expresión y el exagerado movimiento, que son característicos en el barroco del siglo XVIII. El estilo resultante depende en cierto sentido de los temas. Es más barroco en los religiosos, más neoclásico en los laicos.

La pintura

Durante el reinado de Felipe V, los artistas, extranjeros en su mayor parte, expresaron una admiración aduladora por la monarquía absoluta de los reyes. Con la creación, en Madrid, de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, los artistas, buscando la aprobación oficial, trataron conscientemente de evitar temas y estilos tradicionales para dar preferencia al barroco francés y, más tarde, al rococó, preferido por los maestros de la Academia. Desnudos de imitación clásica, escenas mitológicas y alegóricas fueron los temas preferidos de una pintura fría y mediocre.

Los estilos de pintura francesa también adquirieron gran prestigio al invitar los monarcas a artistas extranjeros famosos, para que adornaran con sus cuadros y frescos los muros y techos de los palacios reales.

De éstos, los más conocidos fueron los italianos Lucas Jordán (1634-1705), en España ya desde fines del siglo anterior invitado por Carlos II para terminar la decoración de El Escorial; y Juan Bautista Tiépolo (1696-1770), extraordinario fresquista al estilo rococó de gran fama en Europa. También mantuvieron la fama que ya habían conseguido en Francia el italiano Conrado Giaquinto, el  Louis-Michel Van Loo, francés descendiente de una familia de pintores flamencos y el francés Jean Ranc, pintores también en la corte de los reyes de España.

Antón Rafael Mengs

El más importante en España fue sin duda el alemán Antón Rafael Mengs (1728-1779), quien impuso un concepto de belleza que se convirtió en modelo de pintura neoclásica. A pesar de su academicismo fue Mengs el más influyente de todos por haber sido el único capaz de formar una auténtica escuela de pintura española.

Además de ser notable por sus cuadros, muchos de ellos retratos y autorretratos, Mengs lo fue por su intervención en la creación de modelos para la Real Fábrica de Tapices. Bajo su dirección ésta adquirió una gran vitalidad y notable originalidad, gracias a la intervención de varios pintores españoles, que combinaron la técnica del maestro con una temática propia, a base de escenas populares y tipos madrileños. Entre estos los más importantes fueron Francisco Bayeu (1734-1795) y, sobre todo, Francisco de Goya.

Francisco de Goya

Con Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), la pintura del siglo XVIII llega a su cumbre y, a la vez, a su disolución. Goya, uno de los pintores más geniales de España, a caballo entre dos siglos, es el mejor representante del rococó español, para convertirse más tarde en el primer gran pintor moderno.

Había nacido Goya de una familia modesta de artesanos artistas en Fuendilodo, pueblo de la provincia de Zaragoza. En esta ciudad comenzó su educación artística, que continuó más tarde en Madrid e Italia donde obtuvo un premio otorgado por la Academia de Parma. De regreso a España comenzó sus trabajos pintando frescos en algunas iglesias, en  la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, y en la Cartuja de Aula Dei, Zaragoza. En 1777, se casó con Josefa Bayeu y el año siguiente el hermano de ésta, Francisco, le invitó a que se uniera al grupo de pintores que bajo la dirección de Mengs pintaba bocetos para servir de modelos de tapices de la Real Fábrica. Allí trabajó con algunas interrupciones durante casi veinte años. La vida privada y pública de Goya con los acontecimientos políticos y conflicto con Francia y La Guerra de Independencia, fueron causa de cambios en su producción artística tales que permiten dividirla en épocas.

Primera época
 
A una primera época corresponden los cartones, “El quitasol”, “La vendimia”, “El cacharrero”, “Gallina ciega” y otros muchos en los que Goya plasma un ambiente optimista, suave y feliz, típico del espíritu cortesano de la época.

El realismo de las figuras, muy bien observadas y expresadas en fuertes y luminosos contrastes de color, no llega a los fondos de paisaje que son más bien un marco y una mera situación espacial. Notable es la atención que en ellos se presta a tipos locales y escenas populares en los que, como en los sainetes de su contemporáneo Ramón de la Cruz, el tradicionalismo español parece protestar contra el academicismo cortesano francés. Ya durante este período Goya demuestra una cierta tendencia a alejarse del dibujo para dar preferencia a la pincelada de color que recibiría el nombre de impresionista.

A partir de 1783 comenzó Goya su carrera de retratista de la nobleza, Conde de Floridablanca, familia del infante don Luis, y otros muchos, con la que alcanzó un gran reconocimiento, y , en 1786, el nombramiento de pintor del rey. En esta época, hasta los primeros años del siglo XIX, Goya desarrolló una gran actividad, realizando las obras que le han dado mayor fama, “La maja vestida”, “La maja desnuda”, “Retrato de Carlos IV”, “La familia de Carlos IV”, entre otros. De esta época son también los frescos suyos que adornan la iglesia de San Francisco de la Florida, en Madrid, realizados en 1798.

Segunda época

Hacia 1799 Goya, ya sordo a causa de varias enfermedades, publicó sus grabados “Caprichos” y “Disparates” los cuales, por el cinismo desgarrado y cruel con que criticaba las instituciones e individuos en general, causaron un gran escándalo por el que tuvo que intervenir la Inquisición.

Goya contaba sesenta años de edad al comenzar la Guerra de la Independencia en 1808 y, por figurar en la nómina de pintores de José Bonaparte, rey impuesto por Napoleón, fue considerado como un oportunista y afrancesado, más de lo que quizá fuera en realidad. Años más tarde, hasta 1814, se dedicó a recoger las visiones terroríficas de la guerra en “El coloso”, en el que con tonos sombríos y una expresa su visión de la guerra española. Más que el tema es la técnica cromática, casi carente de dibujo, la que produce el efecto de pánico en la población que huye.

El mismo tema está tratado en la serie de grabados titulada “Los desastres de la guerra”, que fueron publicados después de su muerte. De estos años son también “El dos de mayo” y “Los fusilamientos” El primero, realizado en parte según su realismo tradicional; el segundo, en cambio, es obra maestra de un expresionismo dramático en el que hay muy poco del color, de la técnica o del espíritu del siglo XVIII.

El año 1819 adquirió cerca del río Manzanares (Madrid) “La Quinta del sordo” así llamada por la sordera que le aquejaba, en la que pasó sus últimos años en España en una amarga soledad impuesta por su enfermedad. En ella, encerrado en sí mismo, creó las pinturas negras, llamadas así por usar para su realización el negro y el ocre solamente. En ellas, “El aquelarre”, “La romería de San Isidro”, “Saturno devorando a sus hijos” se plasma un mundo irracional desfigurado por los horrores interiores del pintor. Goya falleció en el año 1828 en Burdeos, Francia, donde había fijado su residencia unos años antes.

Aunque Francisco de Goya no dejó una escuela de seguidores importantes, es considerado como uno de los pintores que más han influido en la estética actual. A él se atribuye una gran influencia en todos los movimientos posteriores: romanticismo, impresionismo, postimpresionismo. Goya, se ha dicho, más que una expresión artística fue una revolución del arte y una crisis de la cultura de su tiempo. Él, mejor que nadie, señala los cambios espirituales que separan la Edad Moderna de la Contemporánea. Aunque es de interés apuntar que estas observaciones se aplican más a su obra posterior influida ya por su enfermedad que por una conversión a nuevos estilos. Esto se puede percibir en algunas de sus últimas obras en las que reaparece fugazmente su delicado pincel primero. Ejemplo es el delicado retrato de su nieto Marianito, pintado hacia 1815.

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