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Historia, cultura y artes

 
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 Siglo XIX: Fin de Siglo

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La “Belle Epoque” en Europa

Las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX constituyeron en Europa un período de características culturales muy determinadas que se conoce generalmente con el nombre francés de Belle Epoque. Término de difícil traducción, pues no se trataba de una época bella, ni amable, ni elegante o placentera, aunque sí un poco de todo, urbana, un tanto frívola, pero, en especial, elegante a su manera.

El periodo comienza aproximadamente entre el año 1860 y 1870, una década de importantes acontecimientos, al parecer estrictamente políticos: en el sur, el movimiento “La Joven Italia”, dirigido por Garibaldi (1807-1882) inicia con su marcha de las Mil Camisas Rojas el proceso de unificación de Italia con el rey Víctor Manuel II y en Francia tras un memorable reinado de Napoleón III y su trágica derrota en la guerra franco prusiana, en el año 1870, se legaliza la expansión de Reino de Prusia y el nacimiento de la Alemania moderna. El periodo dura hasta la movilización general de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

Ya tras la guerra, el optimismo, la satisfacción y, sobre todo, la elegancia y el refinamiento, que habían constituido hasta entonces las virtudes sociales más importantes, cedieron rápida y trágicamente a la nueva realidad de los cambios políticos, sociales y económicos, que fueron, para vencedores y vencidos, los trágicos resultados de la contienda.

Cambios sociales y políticos

Paralelamente a esta superficialidad optimista y agradable de los valores sociales, Sigmund Freud (1856-1939), con sus estudios sobre la histeria (1895) y la interpretación de los sueños (1899), introducía la noción del subconsciente en la consideración de las acciones humanas. Doctrina que iba a influir tanto en las ciencias como en las artes desde comienzos del siglo XX.

También desde el punto de vista técnico y científico se habían sentado ya las bases del mundo moderno con la invención del automóvil, el neumático, el avión, el submarino, la lámpara eléctrica, el cinematógrafo, entre otros inventos, y el descubrimiento del radio y la radioactividad. El imperialismo europeo estaba en su apogeo, coronado con la serie de colonias y dominios mantenidos en Asia y África. La burguesía trabajaba y se iba enriqueciendo, mientras el proletariado, en parte satisfecho con sus primeras conquistas sociales y económicas, no se había declarado todavía totalmente en favor de la lucha de clases.

Europa tenía conciencia de ser centro y motor de la civilización humana y las grandes ciudades eran el corazón de Europa; entre ellas Berlín, Londres y Viena eran las más importantes, pero sobre todas ellas reinaba París, el verdadero corazón de Europa. Y si París era la capital europea por antonomasia, en ella lo que contaba y fascinaba era el “boulevard”. Sin llevar su sello de aprobación nada merecía ser tenido en cuenta.

La generación de la “Belle Epoque” era un conjunto social muy diverso, la aristocracia, la burguesía, los elegantes ociosos, las grandes cortesanas, y el proletariado. En el polo opuesto a la mujer cortesana, bella y elegante, estaba el fenómeno, producto inicialmente británico, de la "sufragista" que quería votar y ser igual al hombre. Era el siglo de oro de la Riviera, de la Costa Azul y de Montecarlo, de fortunas fabulosas, sonadas ruinas y pasiones escandalosas. Se bailaba mucho y se comía bien. Las clases sociales comenzaban a mezclarse y aristócratas franceses trataban de rehacer sus fortunas perdidas casándose con hijas de grandes banqueros o de magnates americanos del embutido o del carbón. El optimismo era general, el trabajo abría las puertas de la sociedad y se creía que la ciencia iba a resolver todos los problemas.

Mientras dura este mundo elegante, un tanto artificial y refinado, las artes todas, literatura, poesía, teatro, pintura, escultura, encontraron un suelo fértil y, con nuevas expresiones, recibían gran atención en la vida social de la burguesía.

La música, de concierto, espectáculo o baile, era fácil y agradable. Muy popular era el vals (Johann Strauss), la mazurca y el cancán. El ballet ruso (Tchaikovski), la opereta vienesa (Johann Strauss, Franz Lehár), la ópera (Mássenet, Puccini), junto con los espectáculos del Moulin Rouge eran los géneros que mejor satisfacían el gusto artístico de la sociedad de la época.

Las artes de Fin de Siglo en Europa

“Art Nouveau”
Las artes de Fin de Siglo están dominadas por el énfasis en la elegancia urbana y la modernización y generalmente se atribuye a Francia por el nombre que se le dio Arte Nuevo. Se usa en francés por estar derivado de un salón dedicado a la decoración interior e ilustraciones, Maison de l’Art Nouveau que abrió sus puertas en Paris en 1896. El nuevo arte es internacional y en cada país tuvo características y preferencias diferentes. En Alemania se llamo Jugendstil por una revista Die Jugend (La juventud) que lo promociono con gran fortuna. En Austria Sezessionstil y en Italia Stilo Liberty (con referencia al conocido nombre del comercio “Liberty Style” en Londres). En España se usó el título de Modernismo.

El llamado modernismo en términos generales, aunque muy variado, incluso personal, da gran importancia a plantas y flores, que llenan los dibujos formando márgenes a las ilustraciones. La figura principal es la femenina que se dibuja sensual y exótica, más que sexual o erótica.

Aunque el estilo comenzó como forma de adorno en la ilustración moderna, muy pronto llegó a dominar todas las artes, sobre todo la pintura. En la arquitectura se adoptó más como adorno que como cambio arquitectónico.

Prerrafaelismo
Arte modernista sobre todo en pintura iniciado en 1848 por Holman Hunt y John Everett Millais llamado “prerrafaelista” continúa y se generaliza en ilustraciones gráficas. Aunque tuvo su mejor y más popular expresión en Inglaterra en el periodo victoriano, llega a fines del siglo XIX a España donde se percibe como continuación del modernismo y tuvo gran aceptación en pintura e ilustraciones de libros y revistas, mensuales o semanales, que apreciaron sobre todo la delicadeza y elegancia de su dibujo y el atractivo de su cromatismo. Ejemplo es su frecuente uso por la revista Blanco y Negro en sus ejemplares de Fin de Siglo.

Estilo Mucha
Una variedad del estilo modernista fue el llamado “estilo Mucha”, también muy popular en España.

Alfonso Mucha fue el pintor e ilustrador modernista más famoso de su época. Nació en 1860 en Ivancice, Eslovaquia, pero realizó la mayor parte de su obra en Praga, en París, donde vivió desde 1887, y en EEUU donde residió desde 1904, aunque alternando con la capital francesa. Mucha falleció en Praga en 1939.

La fama de Mucha comenzó en París, donde pintó carteles, anuncios y dibujos publicitarios para obras culturales y comerciales. Muy conocidos son, por ejemplo, su retrato de la famosa actriz francesa, Sarah Bernhardt. Pero también fueron famosos hasta las primeras décadas del siglo XX sus dibujos preparados para que las niñas y muchachas bordaran con seda sobre sus dibujos con los colores indicados por Mucha.

Su motivo más conocido es la representación de una mujer en medio de una exuberante vegetación. Su dibujo se basa en líneas curvas, combinación de “Art Nouveau“, algo del japonesismo de Beardsley y en la elegancia de dibujo del prerrafaelismo. Por la personalidad tan distintiva de su estilo modernista llegó éste a ser llamado "estilo Mucha".

En España se hizo conocer sobre todo con las ilustraciones de Mucha o de sus seguidores que imitaban su estilo en revistas ilustradas dedicadas a las señoras de la clase acomodada, muy frecuentemente en la revista ilustrada Blanco y Negro.

La pintura

En pintura, los artistas pretendían captar la impresión del momento, creando así una nueva escuela, el impresionismo.

Para el impresionista la naturaleza no tiene colores específicos ni formas fijas, sólo masas de color que cambian según la luz que reciben. En el campo, el pintor prefiere pintar al aire libre, usando los colores sin mezclarlos en la paleta. En la ciudad busca el tema ciudadano, de la clase media acomodada en momentos de su vida urbana y cómoda: bailes, paseos, momentos íntimos en el hogar o fuera de el, que trata, como el paisaje, con tonos cromáticos muy marcados.

El impresionismo francés llegó a su cenit con el riquísimo colorido de las pinturas de vida parisina privada o social de Pierre-Auguste Renoir (1841-1919); con las bailarinas pintadas por Edgar Degas (1847-1917) y, sobre todo, con la representación de la sociedad interpretada, con frecuencia irónicamente, por Henri de Toulouse-Lautrec (1864-1901).

Puntillismo
El puntillismo es la técnica pictórica impresionista en la que las pinceladas son reducidas a puntos y con la yuxtaposición de puntos de colores primarios busca alcanzar una representación de limpia luminosidad. Tuvo su origen en Francia, hacia 1886, como una interpretación científica del uso del color.

Los puntillistas insistían en que la mezcla de los colores se produce ópticamente, en el ojo del contemplador, no en el lienzo. Su novedad era que los puntillistas preferían que los puntos fueran de un mismo color dentro de cada zona coloreada.

Algunos artistas jóvenes extremaron la técnica de pintura de toques cortos ya usada por Monet, alcanzando así extremos coloristas. Sus principales promotores fueron Georges Pierre Seurat (1859-1891) y Paul Signac (1863-1935). El puntillismo perdió pronto la naturalidad propia del impresionismo y aunque se puso en moda rápidamente en toda Europa, su influencia fue de muy corta la duración.

Hacia el fin de la época se hace claro el cambio de gustos e ideales, tanto sociales como artísticos, y en las nuevas interpretaciones pictóricas se prefiere una representación abstracta y deformada de la realidad, con el uso predominante de fórmulas angulares del cubismo, que surge hacia 1908, o en busca de un dinamismo plástico y de una incorporación pictórica de movimiento, tiempo y espacio tal como lo hacía el futurismo, nacido hacia 1910. Un poco más tarde, hacia 1916, apareció el dadaísmo, ya complicado con la oposición a la guerra y una postura antiestética, incluso destructiva en el uso de sus técnicas de irracionalidad y de acaso. De éste movimiento surgiría más tarde el surrealismo.

La arquitectura

En arquitectura, durante el último tercio del siglo XIX, se impusieron las necesidades de la vida moderna. La creación de grandes centros urbanos e industriales hizo necesario encontrar nuevas líneas arquitectónicas menos monumentales y más pragmáticas, creando un estilo industrial adoptado para edificios industriales y fábricas.

La escultura

La escultura, menos rica y más dependiente de formas anteriores, encuentra nueva inspiración en el impresionismo. En Francia presenta su mejor expresión con Auguste Rodin (1840-1917), con dos tipos de obras, unas de un realismo duro e impresionista, "El pensador", hecha para su "Puerta del Infierno", obra que no llegó a terminar; y el otro, con frecuencia de tema simbólico, realizado con contornos difuminados, sobre desnudos audaces y sensuales, como "El beso", que causaron no poco escándalo en su primera exposición. En Alemania, Adolf Hildebrand (1847-1921) y en Inglaterra, aunque francés de nacimiento, Henri Gaudier-Brzeska (1891-1915), el protegido de Ezra Pound, siguen líneas análogas.

La España romántica
España, ya desde mediados del siglo, se había convertido para otros países en el país romántico por excelencia. Viajeros europeos – ingleses, franceses y alemanes – habían encontrado en España un costumbrismo un tanto exótico y primitivo, muy de acuerdo con su gusto romántico. También los artistas y escritores españoles habían contribuido con sus obras a subrayar la peculiaridad de las costumbres españolas frente a las europeas.

Notable es Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), periodista, historiador, novelista y poeta. Su obra “Escenas andaluzas” fue una fuente de inspiración romántica para la afición costumbrista andaluza, tanto en España como en el extranjero.

La España castiza
En parte como reacción contra lo francés, escritores, pintores y músicos europeos recurren a la España castiza y a lo español popular para sus obras y composiciones. Así lo hacen, entre otros muchos, en novela Prosper Merimée con su “Carmen”, en pintura Eduardo Manet (1832-1883), con sus retratos de parisinos de alta sociedad, vestidos de torero en la plaza de toros o de gitano tocando la guitarra; y en música Jorge Bizet (1836-1875), con su famosísima ópera española "Carmen"; Eduardo Lalo (1823-1892), con su "Sinfonía española"; Emmanuel Chabrier (1841-1894) con su rapsodia "España", Hugo Wolff (1860-1903) con sus numerosas "canciones españolas" y Nicolás Rimsky-Korsakoff (1844-1908), con su "Capricho español", celebrado en París como el mejor "músico español" de su tiempo. Esta moda fue continuada en el siglo XX por Claude Debussy (1862-1918) con su "Iberia", Maurice Ravel (1875-1937) con su "Rapsodia española".

A popularizar este españolismo contribuyeron en gran manera las llamadas "bailarinas españolas": la española María Medina, la vienesa Fanny Essler y, sobre todo, la inolvidable irlandesa Lola Montes, que, entre otras muchas, entusiasmaron al gran público europeo con la voluptuosidad de un "españolismo" estrictamente convencional, pero que en numerosos casos, como por ejemplo con el tipo de Carmen y la música de la opera de George Bizet (1838-1875) aceptaron los mismos españoles.

Fin de la “Belle Epoque”

Ya por los años de la Gran Guerra, la poesía, la pintura, y también la música, aceptaron una serie de -ismos, muchos de los cuales terminaron degenerando en simples extravagancias, pero todos expresando un interés general de ensayar nuevas técnicas y buscar nuevos modos de expresión, que serán las características del nuevo arte.

Fin de siglo en España

Los estilos de la Belle Epoque, de moda por toda Europa, invadieron también España. Escritores, poetas, artistas, o simplemente adinerados y elegantes iban a París y, de regreso, crearon también una Belle Epoque española. En España revistas ilustradas, como Blanco y Negro, dedicadas a la clase media acomodada introducía e idealizaba con sus fotografías y dibujos las formas y modelos de los estilos más populares de las corrientes modernistas europeas francesas, inglesas o alemanas. De esta manera la burguesía española se unió a la moda europea, sobre todo a la francesa, que comenzó así a ser imitada en Madrid y Barcelona y, en menor grado, en las demás ciudades.

La Belle Epoque española fue un poco provinciana y menos original si se la compara con la francesa, pero tuvo momentos de auténtico valor cultural y artístico. A la vez, su actitud en favor del casticismo hispano, nunca totalmente olvidado, ofrece a veces más interés todavía que esta continuación de la vida francesa. Sólo Barcelona parece adoptar la nueva moda de una manera completa, imitando más que las otras ciudades la moda francesa, y creando al mismo tiempo unas propias con formas específicas regionales.

En España la Belle Epoque no tuvo un final tan abrupto como en Europa. Al quedar al margen del conflicto de la Primera Guerra Mundial, España sólo sufrió indirectamente sus consecuencias, una de las cuales fue la extinción paulatina del espíritu que animó la Belle Epoque, al ser destruidas sus fuentes europeas.

La corriente del tradicionalismo en las artes está oscurecida por el llamado "modernismo". Desde el punto de vista cultural, forma éste parte del complejo movimiento de reacción, por una parte, contra la naturaleza y los sentimientos que impone una contemplación realista, dependiente del objeto, por otra contra el aburguesamiento, la "vulgaridad" que se perciben en las manifestaciones de arte que tienen más atractivo para las masas.

En este sentido el modernismo es profundamente elitista. En su deseo de apartarse del vulgo y para demostrar su alejamiento de los valores burgueses, los "modernistas" con frecuencia se vestían de manera desaliñada, descuidando su apariencia con largas melenas, lo cual les atrajo las burlas de muchos de sus contemporáneos, como había ocurrido con los “románticos” medio siglo antes.

El modernista no acepta los sentimientos que emanan naturalmente de los objetos o situaciones románticas o realistas, sino que, por el contrario, parte de un subjetivismo, más o menos absoluto, de unos afectos, sensaciones, sentimientos o ideas que quiere suscitar; de aquí el impresionismo, el naturalismo idealizado y el simbolismo que impregna la pintura modernista, la vaguedad idealizada de la escultura, el simbolismo y pureza abstracta de la poesía.

Característica también de los movimientos modernistas es la preocupación por fundir los géneros artísticos: la poesía pretende ser escultura y música, ésta insiste en su carácter poético, mientras que la pintura busca las armonías cromáticas. Se trata de una especie de sinestesia artística, sobre todo literaria, en la que abundan "versos azules" y se conciben los poemas como sinfonías, sonatas y sonatinas. Y en pintura el color pierde su valor representativo en su aplicación al objeto para demostrar una mayor importancia al significado o a la percepción emotiva.

En una especie de sinestesia inversa, emociones mostradas de manera discreta o elegante tienden a expresarse con colores “suaves” – azulados, aturquesados, rosados, mientras que las pasiones están expresadas en colores “fuertes” – rojos, amarillos, violetas.

Las características fundamentales de la poesía modernista se pueden resumir en el cuidado extraordinario de la forma, estilo refinado, colorismo; en palabras de Rubén Darío, en un "intenso amor a lo absoluto de la belleza".

En cuanto a su contenido, el escapismo modernista en su búsqueda de la belleza usa del lenguaje simbólico, de una vaguedad orientalizante, seudo-helenismo, de regiones exóticas y abundante en cisnes y pavos reales, donde se pierde, o se encuentra, una melancolía soñadora y voluptuosamente vaga, que son compartidos con la pintura.

Las artes modernistas en España

La arquitectura

En arquitectura la influencia europea es evidente en forma y en espíritu. Ciudadana, refinada, elegante y burguesa, se emplea sobre todo en edificios públicos. Aunque también se usa un estilo funcional, de escaso adorno; o se continúa la tradición romántica medieval el estilo imperante es una imitación del eclecticismo barroco con líneas neoclásicas, típicamente francés. Éste recibe, con frecuencia además, las decoraciones modernistas; con sus curvas sinuosas, flores, hojas, figuras y cabezas de mujer con largos cabellos, que nacen de la piedra, como las evocaciones indefinidas tan al gusto de la poesía modernista. La importancia dada al refinamiento de la vida urbana lleva a grandes reformas en las ciudades, que se adornan con Gran Vías y Paseos, adquiriendo así la fisonomía que todavía hoy poseen.

Mayor personalidad de estilo e interés tiene el modernismo de la arquitectura catalana, en la que se advierte la doble tendencia hacia el eclecticismo y hacia el uso de motivos históricos, al que se añaden los adornos policromos, o hierros forjados, típicos del modernismo catalán.

El máximo representante del modernismo fue Antonio Gaudí (1852-1920), quien siempre logra un resultado único e inconfundible, sea partiendo de una base personal como en el parque Güell, y fantástico de dragón, como el edificio Batlló, ambos en Barcelona; con frecuencia histórica, sea gótica, como en el palacio del obispado en Astorga y la Casa de los Botines en León , o mudéjar como en la Casa Vicens en Barcelona, o de aproximación al “Art Nouveau” de la Casa Milá o el barroquismo del gótico desbordante de su obra más famosa, el templo de la Sagrada Familia.

La escultura

En escultura el nuevo estilo fue de notable mediocridad, con excepción de algunas figuras. Respondió, como en el resto de Europa, a la misma vaguedad de exposición, de contornos indefinidos que dan la impresión de algo inacabado, incompleto, o sencillamente indefinible, que el artista no puede fijar ni concretar. No obstante, la escultura modernista es marcadamente sensual, mezcla curiosa de materia y espíritu, de realismo y simbolismo.

Dignos de mención son Ricardo Bellver (1845-1924), cuyo “Ángel caído” se encuentra en el parque del Retiro en Madrid, y sobre todo Agustín Querol y Subirats (1860-1909), el mejor representante de la escultura modernista. Obras importantes suyas son el conjunto titulado “Sagunto” de tema histórico romántico y el frontón de la Biblioteca Nacional, en tema neoclásico ilustrado pero de realización modernista.

 Gran importancia tiene la escultura catalana, en la que son de citar Miguel Blay (1866-1936), con su “Eclosión” y el grupo escultórico que adorna el Palacio de la Música de Barcelona.

José Llimona (1864-1934), con su “Desconsuelo” y Enrique Clarasó (1857-1941) con su “Eva” que crean el modelo del desnudo femenino modernista. Ambos muy semejantes, subrayan las características estéticas y psicológicas del estilo. Más que una contemplación de la belleza de Eva, ambos evidencian en su interpretación una Eva doblegada sobre una roca, ya expulsada del Paraíso y vencida por su conciencia del pecado cometido. La imagen parece descubrir su dolor, más que su figura. En ambos y otros muchos se perciben claramente las características de la escuela modernista, con los contornos difuminados y vagos en sus figuras femeninas.

La pintura

En la pintura se asocia generalmente la técnica impresionista con las corrientes modernistas. Este modernismo, manifestado colectivamente en la Exposición Internacional de París de 1889, atrajo a los pintores españoles, en los que la pintura francesa de Renoir y Monet, todavía ejercía clara influencia. A ésta se añadió más tarde la de las escuelas modernistas del norte de Europa, cuya preocupación principal era también la interpretación de la luz de manera que produjera la impresión de realidad.

Realismo romántico
En muchos pintores, sin embargo se percibe sólo una derivación paulatina hacia el nuevo estilo, que mantiene todavía las técnicas del realismo romántico. Se trata en algunos casos de pintores de notable calidad, pero menos apreciados, quizá, por aceptar menos decididamente las líneas modernistas. A esta tendencia corresponde, Ricardo de Madrazo (1841-1920), con cuadros de género, “Después del baño”, de pincelada cuidada y fina; y retratos, “Aliñé con mantilla”, más impresionistas.

Importante es también el valenciano Ignacio Pinazo (1849-1916). En su primera época parece haber preferido los temas históricos. Después se dedicó a temas costumbristas y al retrato, género con el que supo resaltar a la perfección la personalidad y el carácter de los modelos.

De cuidada técnica realista, de pincelada fina, en la mayoría de sus cuadros, aparece en otros más interesado ya por efectos de luz y color como en “El guardavías”. Aunque es uno de los mejores pintores realistas, en algunos cuadros, como en este nombrado tiñen rasgos impresionistas.

A este grupo pertenece también el valenciano Antonio Muñoz Degrain (1841-1922. Es considerado como el mejor intérprete del paisaje romántico. Cuadro de tema trágico, muy famoso ya en su tiempo, es "Amor de madre" ofrecido como pintura de crónica al referirse a una de las frecuentes y trágicas inundaciones del río Júcar, en la zona al sur de Valencia. Su pincelada marcada y la importancia que da al colorismo y la luminosidad demuestran ya una clara tendencia impresionista.

Impresionismo castellano
Destacado representante del impresionismo castellano es Aureliano Beruete (1845—1912), eminente paisajista y crítico de arte. También lo es el asturiano Darío de Regoyos (1857-1913). Nacido en Asturias, estudia en Madrid, viaja en Francia hacia 1880, reside en Bélgica hasta 1889 para establecerse más tarde a Barcelona, donde falleció. A su regreso a España, Regoyos pasa por una época tremendista, de la que da testimonio la publicación de “La España Negra", "recuerdo sombrío, neurótico, pesimista" de su viaje por España con el poeta holandés, Verhaeren (1888). En estos cuadros usa el monocromismo, a base de tonos oscuros u ocres, con pincelada dura y poco dibujo. En ellos da expresión a una visión crítica de las costumbres del pueblo español que ya refleja la crisis de fin de siglo.

Parte de su obra responde muy bien al impresionismo del fin de siglo con sus paisajes llenos de luz difusa del norte de España, su zona preferida. En sus últimos cuadros, ya en Barcelona, puede ser considerado, sin embargo, como un posimpresionista, por su técnica divisionista, incluso, de yuxtaposición de puntos de color, puntillismo, técnica introducida por entonces por el pintor Frances Georges Seurat (1859-1891).

Impresionismo catalán y valenciano
La escuela impresionista catalana se caracteriza, por el contrario, por un cierto intimismo, y un lirismo especial. De esta escuela el pintor más representativo es Santiago Rusiñol (1861-1931), cuya pintura busca en la reproducción de naturaleza y jardines, una expresión de lirismo nostálgico, casi protesta ante la máquina y la técnica. Es también notable el paisajista Joaquín Mir (1837-1940), que pinta principalmente paisajes de Cataluña en los que el cromatismo marcado de sus pinturas se aleja de todo realismo, al parecer, en busca de un simbolismo esencial a su paisaje.

Contemporáneo de los anteriores es Ramón Casas Carbó (1866-1932), pintor de desnudos femeninos y temas de intimidad social, “Al aire libre” pero cuyo estilo realista cambia los temas, de un convencionalismo social de fin de siglo, a una expresión de conflictos sociales, “Garrote vil” (1894) y “Carga” (1904), que pinta con una precisión casi fotográfica. Aunque con estos temas mezcla también los temas industriales como el anuncio popular dedicado al “Anís del Mono“, en 1898, con el que dio gran fama a este licor.

Joaquín Sorolla
La pintura impresionista española alcanza su mejor representante en el valenciano Joaquín Sorolla (1863-1924). Pintor genuinamente español, estrictamente regionalista, fue uno de los artistas españoles que mejor supo interpretar las direcciones estéticas de la Europa de su tiempo. Prueba de ello son los premios y medallas concedidos a sus obras.

Sorolla comenzó su producción de acuerdo con el espíritu de la Belle Epoque, pero pronto cambió a una pintura social inspirada literariamente en el naturalismo de Emilio Zola, Gustavo Flaubert, Guy de Maupassant y en la que se adivina además la huella de su paisano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), liberal y republicano, como en el cuadro "Aún dicen que el pescado es caro".

Sin embargo Sorolla alcanza su mejor expresión como pintor de la luz, del ambiente valenciano y, sobre todo, de sus playas inundadas de sol, arena y agua, pescadores y barcas, mujeres jóvenes y niños jugando. A él se debe también la decoración del salón de actos y bibliotecas de la Hispanic Society de Nueva York con la serie "Provincias de España".

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