España durante el Renacimiento y manierismo
Desde el punto de vista político este periodo coincide con el reinado de la dinastía de los Habsburgo, que se introduce en España a principios del siglo XVI como resultado de la política matrimonial de los Reyes Católicos para terminar en 1700 por la falta de descendencia directa de Carlos II, último rey de la Casa de Habsburgo en España. El reinado de Carlos V y Felipe II, coincidiendo con la mayor parte del siglo XVI, representa la plenitud del Renacimiento en España.
Carlos V (1500-1555)
Carlos V era hijo de Juana la Loca, hija de los Reyes Católicos y de Felipe el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano de Austria. El futuro rey nació en Gante (1500), donde fue educado, según las costumbres flamencas, por Margarita, hermana de Felipe el Hermoso. Heredero directo de ambas coronas, al morir Fernando el Católico en 1516 y Maximiliano de Austria en 1519, Carlos se convirtió en el monarca más poderoso de Europa y señor de unas posesiones que ocupaban gran parte de la Europa continental y, además, España, Sicilia, Cerdeña, el norte de África y los territorios, cada vez más extensos, de América.
Con la unión de los territorios del Imperio alemán y de España bajo la autoridad de Carlos V en 1516 y la protesta de Martín Lutero, proclamada oficialmente el año siguiente en Wittenberg, comenzó uno de los períodos más decisivos de la historia europea y española. En general, se puede afirmar que la escisión europea entre católicos y protestantes contribuyó, más que ningún otro acontecimiento, a formar la fisonomía espiritual de la Europa moderna.
Por su participación en el Imperio, los problemas políticos y religiosos del norte de Europa cobraron en la Península una importancia que no hubieran tenido de otra manera. Para España la fusión de los problemas político-nacionales con los religiosos contribuyó, como pocos otros hechos de su historia, a forjar la personalidad espiritual de los hispanos. La actitud de éstos contra la Reforma, hecha posible tan sólo por ser su rey Carlos V con el título de emperador, contribuyó eficazmente a la creación de una tradición religiosa hispana que se basa en su concepto católico del mundo.
Su llegada a España, en 1516, rodeado por un séquito de flamencos, produjo entre los españoles un gran descontento, que se manifestó abiertamente en las Cortes de Castilla y las Cortes de Aragón, convocadas para la entronización del nuevo rey. La oposición de las Cortes al rey extranjero se convirtió en rebeldía cuando el rey Carlos, a la muerte de Maximiliano de Austria, pidió nuevos subsidios con que pagar los gastos de su coronación como emperador de Alemania. Por ello, al ausentarse el rey de España, el descontento rebelde de sus súbditos se tradujo en sublevaciones armadas: una en Castilla, de tipo político, y otra en Valencia y Mallorca, que tuvo más bien un carácter social.
La sublevación de Castilla, que llegó a llamarse Guerra de las Comunidades por ser éstas, quienes la iniciaron, tuvo como causa primordial la política extranjerizante del rey. Las ciudades rebeldes, a cuyo frente se puso Toledo, exigían del rey que no se ausentara de España, que no diera cargos públicos a los extranjeros y que no sacara, ni permitiera sacar, oro ni plata del reino para pagar empresas con las que no se podían identificar. La guerra de las Comunidades terminó en 1521 con la derrota de las ciudades rebeldes y con el ajusticiamiento de los comuneros cabecillas de la sublevación.
La sublevación de Valencia y Mallorca (1521-1523), llamada Guerra de las Germanías, estuvo también ocasionada por la ausencia del rey. Pero en contra de la rebeldía castellana, no estaba ésta dirigida contra la persona del rey ni contra la política real. En ella las hermandades de menestrales y trabajadores (germanías) intentaron ventilar su resentimiento tradicional contra la nobleza privilegiada. En Mallorca, a los obreros se unieron además los campesinos, payeses, que se sublevaron contra la burguesía rica.
En Levante el uso por los nobles locales de sus vasallos mudéjares, muchos de ellos musulmanes, contra las tropas reales convirtieron la guerra en guerra religiosa, con consecuencias muy importantes en los siglos siguientes.
Con ayuda de las tropas reales, los nobles vencieron a los sublevados, sin que las clases populares obtuvieran satisfacción o gran beneficio. Por el contrario, la persecución violenta contra la nobleza local y contra la burguesía llevada a cabo por las tropas reales, castellanas, en su mayoría, originó un sentimiento de oposición contra Castilla, que con el tiempo fue causa de otras y graves sublevaciones.
La política exterior de Carlos V consistió en una confrontación casi continúa con Francia, el Imperio turco y los príncipes luteranos. En la mayor parte de las ocasiones Carlos V respondía a las responsabilidades que el título de Emperador le imponía y a sus obligaciones de gobierno sobre los territorios de los Habsburgo en Europa. Sus súbditos españoles, aunque leales a la monarquía y al nuevo rey y emperador Carlos, no siempre sentían el mismo entusiasmo que su rey por las empresas europeas.
No así en el caso de los turcos, quienes con el Sultán Solimán el Magnífico (1520-1566), contemporáneo de Carlos V, había establecido una poderosa presencia en las fronteras orientales de Austria y en el mar Mediterráneo. En éste, el famoso Barbarroja con sus piratas turcos, tomando Argel y Túnez como bases, devastaba con audaces y constantes ataques las costas de Italia y de España. En el este, dueño ya de Hungría, el sultán turco dirigió sus ataques contra Viena (1529).
En sus relaciones con la Reforma el Emperador, aunque decididamente a favor de los príncipes y obispos católicos, intentó, no menos decididamente, buscar una fórmula que satisfaciendo a los católicos al menos apaciguara a los príncipes protestantes. La urgencia con que Carlos V buscaba solución a un problema que amenazaba con debilitar su poder en Alemania, comprometido como estaba al mismo tiempo en las guerras con Francia en el oeste y contra los turcos en el este europeo donde las tropas de Solimán el Magnífico habían llegado hasta las puertas de Viena.
En 1555 el emperador Carlos V, enfermo y cansado bajo el peso de su enorme imperio, abdicó, dejando a su hijo Felipe la corona de España, los territorios de Italia y de los Países Bajos y las posesiones de ultramar, y a su hermano Fernando, el Imperio de Austria. Libre ya de cuidados, Carlos V regresó a España y se retiró a un monasterio situado en Yuste (Cáceres), donde falleció en 1558.
Felipe II (1527-1598)
Felipe II, primogénito de Carlos V e Isabel de Portugal, nació en Valladolid en 1527. A diferencia de su padre, Felipe fue educado exclusivamente en España y tuvo que valerse siempre de la lengua castellana, la única en que podía expresarse con libertad. En su educación política intervino directamente el Emperador, aprovechando sus pocos descansos en España, haciendo además que el príncipe le acompañara a las diversas reuniones de las Cortes. Cuando la necesidad de combatir obligó a Carlos V a embarcarse con rumbo a Alemania, Felipe, que entonces contaba con 15 años, quedó ya a cargo del gobierno del reino, en cuyo ejercicio demostró una gran prudencia y una excepcional preocupación por la justicia. De un temperamento poco guerrero, Felipe II fue un fiel discípulo y continuador de la política de su padre, por el que sintió siempre gran afecto y devoción.
Aun sin el Imperio, que Carlos V había cedido a su hermano, los territorios europeos de la Corona de España y los conquistados en el Nuevo Mundo hacían de Felipe II el monarca más poderoso de Europa. Consistían éstos, además de España, en el Rosellón, Nápoles, Sicilia, Milán, Cerdeña, Países Bajos, el Franco Condado, Islas Canarias, algunas ciudades en el Norte de África, Cabo Verde, Islas Filipinas, parte de las Molucas y, en América, desde México hasta el Paraguay y el río de la Plata. Pero con este poder el monarca español heredó también una serie de problemas políticos que se tradujeron en largas y sangrientas contiendas.
Las hostilidades con Francia comenzaron en Italia al aliarse el papa Paulo IV con los franceses y con los turcos para combatir el poder español en Italia. Los rápidos avances del duque de Alba en Italia obligaron al papa a pedir la paz, mientras que en Francia los tercios españoles se apoderaron de varias plazas y obtuvieron la gran victoria de San Quintín (1557), en conmemoración de la cual se edificaría más tarde el monasterio de El Escorial. Los avances que hacían los calvinistas en Francia movieron a Felipe II y Enrique II a negociar la Paz de Cateau-Cambresis y concertar además la boda de Isabel de Valois, hija del rey francés, con Felipe II, ya viudo de María Tudor, su segunda esposa.
Hacia el fin de su reinado, Felipe II volvió a intervenir en los asuntos de Francia, esta vez en favor de los católicos franceses. Al fallecer sin sucesor directo el rey Enrique III, los calvinistas de Francia –los hugonotes–, propusieron como heredero al príncipe protestante, Enrique de Borbón. En oposición a éstos, el partido católico defendía los derechos del Duque de Guisa y de la princesa Isabel Clara Eugenia, hija del propio Felipe II, que estaba prometida al duque en matrimonio. Tanto por razones religiosas como familiares y políticas, el rey español se decidió a defender los derechos del partido católico.
La conversión al catolicismo del príncipe protestante Enrique de Borbón, aunque política e interesada (a él se le atribuye la frase "París bien vale una misa") sirvió para desvirtuar la oposición de los católicos franceses, decidiéndose ambos partidos a aclamarle como Enrique IV, rey de Francia. A Felipe II le cupo el consuelo de haber salvado, al menos oficialmente, el catolicismo francés.
Uno de los acontecimientos más graves de todo el reinado de Felipe II y que más pesaron sobre el reino español, sin proporcionarle ventaja alguna, fue la sublevación de Flandes y los Países Bajos que duró durante todo su reinado. Las causas de esta sublevación fueron, a la vez, políticas y religiosas.
El problema religioso estaba causado por la división de la población predominantemente calvinista en las provincias del norte, frente a la católica en las del sur, que Felipe II se propuso resolver sometiendo a los herejes por la fuerza. Para organizar su gobierno Felipe II había nombrado a funcionarios españoles en quienes podía confiar, prescindiendo de las clases sociales del país representadas por sus Estados Generales. Además el rey dispuso que un ejército español ocupara permanentemente el país a disposición de sus gobernadores. En 1597, tras casi cuarenta años de esfuerzos políticos y contiendas militares que, aunque frecuentemente victoriosas, no fueron capaces de asegurar una paz estable en los Países Bajos, Felipe II se decidió a cederlos a su hija, Isabel Clara Eugenia, casada con el archiduque Alberto de Austria.
Durante la primera parte del reinado de Felipe II la confrontación de España con el Imperio turco había quedado reducida a frecuentes ataques de sus piratas turcos a navíos y puertos cristianos, a los que Felipe II contestaba con numerosas expediciones de castigo. Pero hacia el fin de su reinado el sultán Solimán el Magnífico volvió a demostrar ambiciones territoriales sobre Europa, lanzando un terrible ataque contra la isla de Malta (1565), puerta hacia el Mediterráneo occidental, y otro contra Austria en el corazón de Europa. Su sucesor, el sultán Selim II, conquistó Túnez en 1569 y el año siguiente asaltó la isla de Chipre, posesión entonces de los venecianos y última avanzada de los reinos cristianos en el Mediterráneo oriental.
A instigación del papa Pío V se formó una alianza entre el papa, Venecia y España con objeto de hacer frente a la amenaza turca. Una flota aliada, puesta bajo el mando de don Juan de Austria, salió en persecución de la flota otomana, que, tras su ataque a Chipre y Creta, se había retirado al golfo de Lepanto (Grecia). Sorprendida allí, en el año 1571, sufrió una desastrosa derrota ante la superioridad naval española y el genio militar del almirante cristiano. Sin embargo el fallecimiento del papa Pio V, ocurrido el año 1572, y las desavenencias entre España y Venecia pusieron fin a la alianza sin que se pudieran recoger los frutos de tan gran victoria. El año siguiente Venecia tuvo que resignarse a la pérdida definitiva de Chipre, que fue cedida a los turcos en 1573.
La batalla de Lepanto causó en Europa un efecto moral extraordinario y, de hecho, puso fin al predominio marítimo de los turcos en el Mediterráneo occidental. En España la victoria ha sido siempre considerada como una hazaña atribuible principalmente a los españoles y como el momento cumbre del reinado de Felipe II y del sentido cristiano de su Imperio.
A medida que el poder del imperio turco avanzaba amenazador por el Mediterráneo, la presencia en la Península de unos grupos de población no asimilados a la religión y a la cultura españolas y de una lealtad política a España muy dudosa se fue convirtiendo en el problema interno de mayor gravedad. Ya desde la conquista del reino de Granada las libertades religiosas y políticas concedidas a su población musulmana habían sido vistas como obstáculo a la unidad religiosa y política de España. Por ello, ya desde el principio los términos de la capitulación, nunca respetados en su totalidad, fueron siendo eliminados con la introducción de medidas que tenían por objeto restringir sus libertades y así acelerar su asimilación a la población cristiana española.
Con este fin y para evitar una posible unión con los turcos y los musulmanes africanos, Felipe II promulgó en 1567 un edicto por el que se prohibía a los moriscos andaluces hablar el árabe, vestir a la usanza mora y mantener o practicar sus costumbres tradicionales, a la vez que exigía la asistencia de los niños a escuelas donde serían instruidos en la religión cristiana y aprenderían a hablar castellano.
Ante estas medidas, los moriscos de Granada se sublevaron a la vez que pidieron ayuda a los musulmanes de África. Cuando al fin las tropas reales al mando del marqués de Vélez y el famoso don Juan de Austria lograron derrotarlos en 1571, los moriscos fueron desterrados en su mayoría a tierras de Castilla y Extremadura. Otros prefirieron emigrar a las ciudades del norte de África, donde sus descendientes se han mantenido hasta el presente fieles a sus costumbres españolas.
El mayor éxito político de Felipe II fue la incorporación de Portugal a la unidad política de la Península. Al morir sin descendencia don Sebastián, rey de Portugal, durante una infortunada expedición contra Marruecos (1578), le sucedió su tío abuelo, el anciano cardenal don Enrique. A causa de su edad y falta de heredero directo, su breve reinado, de menos de dos años, se convirtió en un juego político en el que intervinieron varios pretendientes al trono portugués. Entre ellos los más importantes eran el propio Felipe II, cuya madre la princesa Isabel era hija del rey Manuel I de Portugal, y don Antonio, prior del monasterio de Crato, que era un hijo bastardo del mismo. Mientras que la nobleza y el clero favorecían al rey español, el pueblo prefería el pretendiente portugués. Francia e Inglaterra reconocían también los derechos de don Antonio, deseando impedir a toda costa la unidad peninsular. A la muerte de don Enrique, Felipe II hizo invadir Portugal por un ejército al mando del duque de Alba, quien, tras someter una sublevación popular en favor del pretendiente portugués, don Antonio, hizo valer los derechos del rey español. Reunidas las Cortes en Thomar el año 1581, Felipe II juró los fueros portugueses y fue reconocido como rey de Portugal.
El año 1665, tras veinticinco años de duras guerras, Portugal consiguió su independencia definitiva de España. La unión había durado solamente poco más de medio siglo.
Felipe II falleció en el año 1598 en el monasterio de El Escorial, su residencia preferida, y la obra que mejor representa el espíritu austero y majestuoso de éste, el más respetado de todos los monarcas españoles.
El Renacimiento tardío y manierismo
Los orígenes del Manierismo hay que buscar, como los del Renacimiento, en Italia. Ya desde fines del siglo XV, los maestros y artistas italianos reaccionaron a los cánones de los grandes maestros renacentistas, como Leonardo da Vinci, Rafael, Michelangelo, del Sarto, que criticaban como excesivamente fríos y alejados de la realidad.
Consecuentemente se tomaron la libertad de reordenar los elementos y los temas para dar a la obra una mayor personalidad y una expresión más personal. Así, sin renunciar a los elementos fundamentales del arte renacentista, se insistía en líneas lógicas muy definidas, en una mayor definición de los puntos de belleza del objeto, en especial, el refinamiento de forma, delicadeza de figura, elegancia de forma y concepto, cierto realismo de detalle pero sometido a la interpretación refinada del conjunto. Todo ello llevado al extremo hizo que la artificiosidad elegante fuera la característica del nuevo arte, que por ser considerado, más que una renuncia al estilo de las escuelas, una nueva manera de interpretarlas. Se llegó a llamar el nuevo estilo, “manierista” y la escuela, “Manierismo”.
Hacia 1520 la nueva interpretación de los cánones se había generalizado y, aunque con variantes, convirtió en la característica más importante de todo el arte europeo, a lo largo del siglo. Sólo hacia fines del siglo XVI comienza la reacción de una nueva sensibilidad que llevará a estilo llamado barroco.
Se ha dicho que el arte manierista puede ser apreciado sólo por el artista educado y el humanista, no por el pueblo. En consecuencia, el arte religioso manierista fue criticado especialmente durante la Reforma, tanto por católicos como protestantes, por ser expresión de un lujo y belleza secular que no llevaba a sentimiento religioso alguno.
Aunque la noción de manierismo se aplica predominantemente a la pintura, se puede percibir un cierto parecido con las demás artes en las que se manifiesta bajo un mismo principio, que persigue la extremada elegancia y refinamiento del objeto. En literatura recibe el nombre de preciosismo o culteranismo por emplear la palabra culta y expresión elegante para subrayar la belleza del objeto descrito.
Entre los pintores se pueden nombrar a Parmigianino (1503-1540), famoso por su Virgen del cuello largo, 1534; Agnolo Bronzino (1503-1572) y Tiziano Vecellio (1488/90-1576) quien es considerado maestro de la belleza física en sus desnudos femeninos superficialmente vestidos de sólo un humanismo mitológico. Entre los escultores, los florentinos Bartolommeo Ammannati (1511-1592) y Benvenuto Cellini (1500-1571); y a Giambologna o Giovanni Da Bologna (1529-1608). Y entre los arquitectos a Peruzzi Baldassarre (1481-1536); Andrea Palladio, cuyo nombre original era Andrea Di Pietro Della Gondola (1508-1580); y Giacomo da Vignola, llamado también Giacomo Barozzi o Giacomo Barozio (1507-1573) autor de un famoso tratado titulado “Regola delli cinque ordini d'architettura” (1562)
Finalmente es importante nombrar a Vicente Carducci (1578, Florencia -1638, Madrid), aunque pertenece a la generación siguiente, alcanza con su vista del pasado el manierismo. Era hermano de Bartolommeo Carducci, al que acompañó a España en 1585 y a quien sucedió en 1609 como pintor de la Corte de Felipe III. Vicente escribió un importante tratado titulado “Diálogos de la Pintura” (1633) en los que expone sus juicios sobre la pintura y critica la de los demás, incluida, la de Velázquez, su contemporáneo y rival en la Corte del rey.
Las artes de España en el siglo XVI
A lo largo del siglo XVI se percibe una disminución de las influencias del norte europeo, debida posiblemente al alejamiento espiritual de la Europa protestante y a la renuncia de Carlos V al Imperio. La política de aislamiento de Felipe II, las victorias políticas y culturales conseguidas por los protestantes en Europa y, sobre todo, la tendencia general a cerrar las fronteras de España, y la censura, para evitar toda posible contaminación de la herejía protestante fueron convirtiendo el espíritu de la cultura española de este tiempo en un proceso de introversión, de búsqueda y mantenimiento de valores tradicionales cuyos efectos se harán más perceptibles en el siglo XVII.
Por esta razón se suele dividir la cultura española durante su Siglo de Oro en un primer período estrictamente renacentista, imperial, extrovertido y europeizante; seguido por otro, mucho más largo, llamado nacional, que se prolongó a lo largo del período barroco hasta fines del siglo XVII.
La mayor apertura política a Europa, consecuencia de los lazos familiares con la casa de Habsburgo, se incrementa durante el reinado de Carlos, al ser al mismo tiempo rey de España y emperador del Sacro Imperio. Su autoridad y presencia en Europa abren las fronteras a un mayor número de españoles que entraron en estrecho contacto con problemas políticos, sociales, culturales y religiosos europeos. Estos, a su regreso, introdujeron su experiencia en España. Por ello este período del renacimiento español demuestra una mayor conciencia de los problemas y actitudes de Europa.
Durante la primera mitad del siglo XVI, coincidiendo aproximadamente con el reinado de Carlos V y gran parte del de Felipe II, continuó desarrollándose el llamado Renacimiento español. Aunque se mantuvo fiel a los estilos tradicionales hispanos, que continúa cultivando, estuvo, al mismo tiempo, muy influido también por las nuevas formas renacentistas y manieristas importadas de Italia, que es centro y fuente de inspiración de la cultura renacentista española durante el siglo XVI.
A pesar de la gran novedad de las manifestaciones culturales de esta época, su vigor y gran originalidad, no representan una ruptura con el pasado español. Por el contrario, se llega a la cumbre sin rechazar la tradición que ha precedido. Por esta razón, pocas culturas europeas llegan a la plenitud tan unidas a su pasado medieval como la española.
Arquitectura
Con el siglo XVI se llega a la plenitud del Renacimiento en la arquitectura española. Durante la primera mitad del siglo, coincidiendo con el largo reinado de Carlos V se percibe una rápida disminución de la influencia alemana y flamenca con una mayor dependencia de las líneas del Renacimiento italiano, debida en gran parte a los conflictos religiosos en el Imperio
A principios del siglo, el plateresco tradicional mantiene todavía su rica ornamentación, que se aplica tanto a edificios religiosos como civiles. Las mejores expresiones del estilo plateresco son la fachada de la catedral de Astorga, obra de Gil de Hontañón y la Casa Ayuntamiento de Sevilla (1527-1564), construida según planos de Diego de Riaño.
En este llamado estilo plateresco purista se percibe al mismo tiempo un mayor predominio de las líneas italianas y disminución de los excesos ornamentales. Es notable ejemplo de este estilo el Palacio de Monterrey en Salamanca y la fachada de la Universidad de Alcalá de Henares.
Sin embargo, durante el reinado de Carlos V se evidencia el predominio de la línea italiana, de una mayor simplicidad y casi abandono completo de los ornamentos renacentistas preferidos en el plateresco. De ellos se encuentran numerosos ejemplos: en Andalucía el palacio de Carlos V, en Granada, obra sin acabar de Pedro Machuca (+1550), de puro estilo italiano sin entronque con los españoles.
Expresión también de un clasicismo italianizante son la iglesia de San Salvador en Ubeda, la hermosa catedral de Jaén, los claustros del Hospital Tavera en Toledo, el del Colegio de Corpus Christi, o el Patriarca, en Valencia, y en Granada, el palacio de la Cancillería, hoy Ayuntamiento, obra de Martín Díaz y Alonso Hernández.
De gran importancia también y creciente a lo largo del siglo son las casas nobles, edificios dedicados a la administración local y los palacios tanto de la nobleza como de eclesiásticos, todo ellos magníficos ejemplos de arquitectura urbana. De éstos unos todavía de la tradición castellana del gótico florido, con o sin mezcla de plateresco, como en el palacio de los Momos en Zamora; otros más cercanos a los estilos renacentistas italianos, aunque con aplicación más profusa de sus elementos decorativos, como el palacio de Mancera en Úbeda, la Casa del Deán en Plasencia, o gótica levantina como con numerosas casas nobles en Barcelona y Lérida, en Cataluña, y el palacio de la Generalidad en Valencia. Notable es también el estilo palaciego de construcción en ladrillo, siguiendo un estilo geométrico sencillo cuyos adornos se reducen con frecuencia a los ventanales que forman la galería superior, estilo frecuente en Zaragoza.
Característica de muchos de estos edificios, incluso en los de carácter religioso, es el uso de motivos decorativos políticos, mitológicos o simplemente del uso italiano, ya introducidos en el gótico florido y el plateresco pero ampliado ahora en su importancia y frecuencia. Son notables ejemplos la Puerta Nueva de Bisagra en Toledo, el portal de la iglesia de San Salvador en Ubeda, los adornos del claustro de Santa María de Nájera y los patios del palacio de Fonseca en Salamanca.
En el último tercio del siglo XVI, ya durante el reinado de Felipe II, la influencia italiana triunfó completamente sobre la exuberante decoración plateresca, buscando compensación a la desnudez ornamental en la masa y grandiosidad de la obra. El nuevo estilo quedó consagrado con la construcción del monasterio de El Escorial, por muchos años residencia preferida del monarca y uno de los monumentos más célebres de la arquitectura española. Su construcción fue ordenada por Felipe II en conmemoración de su victoria sobre los franceses en la batalla de San Quintín (1557) y fue iniciado por el famoso arquitecto Juan Bautista de Toledo. Fue continuado a la muerte de éste por Juan de Herrera, por quien se da el nombre de estilo herreriano.
El estilo herreriano caracterizado, más que ningún otro, por sus líneas definidas y sin adorno, pero de grandiosidad monumental alcanzó bastante difusión en España, con obras como la catedral de Valladolid, nunca acabada, la Lonja de Sevilla, el convento de Santa Teresa en Avila, entre otras obras, llegando incluso a América con las catedrales de México y Puebla. Sin embargo esta influencia del estilo herreriano, debida en gran parte a la preferencia mostrada por Felipe II, nunca fue verdaderamente popular en España.
Paralelamente con éste se mantiene el mudéjar como el estilo arquitectónico tradicional, sobre todo en la región de Aragón. Aunque se va adoptando en él una transformación de líneas en las que se mezclan el románico, el gótico y, más tarde, el barroco. La inclinación tradicional, típica del estilo mudéjar, hacia el uso de artesonados y zócalos de azulejos se mantiene general en toda España. Aunque a lo largo del siglo se percibe una reducción a zonas de población morisca y mudéjar, y disminución de su popularidad en el resto de España, atribuible a la creciente división de cristianos y moriscos, en Castilla tras la guerra de las Alpujarras y en Levante tras la Guerra de Germanías.
Escultura
También en la escultura se percibe a lo largo del siglo XVI la misma derivación hacia el clasicismo del renacimiento italiano, aunque el abandono de los estilos tradicionales ocurre solamente de manera lenta y pocas veces total.
Trascoros y girolas
Un género medio entre arquitectura y escultura se podría ver en los trascoros y girolas que los escultores adornaron con frecuencia independientemente de la construcción arquitectónica. En ellos desarrollaron cuadros de imágenes aisladas o secuencias narrativas de escenas continuas o relacionadas. Son famosos los trascoros de la catedral de Avila, de la de Palencia y el de Barcelona, éste obra de Bartolomé Ordóñez (m.1520), y, en especial, la girola de la catedral de Burgos, obra de Felipe Bigarny (1498-1543).
Retablos
Los grandes retablos de iglesias mantienen su importancia, en los que trabajan los mejores escultores de la época. Entre los más notables, todavía en el estilo plateresco es el retablo mayor del monasterio del Parral, en Segovia, obra de Vasco de la Zarza, con imágenes de Diego de Urbina.
En el Levante, se distingue el valenciano Damián Forment, (ca.1480-1541), cuya obra se encuentra principalmente en Aragón y Cataluña aunque con obras también en Castilla. Su obra mantiene elementos decorativos góticos y la estructura de altar enmarcado, en ello siguiendo a Hans de Suabia (m.1470) en su altar mayor de la catedral de Zaragoza. Pero es ya un paso definitivo hacia el renacimiento italiano. Entre sus numerosos retablos, casi todos de alabastro, son famosos el de la Basílica del Pilar en Zaragoza, el de la catedral de Huesca, el retablo del monasterio de Poblet, y el retablo de Santo Domingo de la Calzada, que no llegó a terminar.
En Castilla, el mejor representante de la escultura en esta época es Alonso Berruguete (1489-1561), hijo del famoso pintor Pedro Berruguete. Aunque estudió en Italia, su obra es considerada de un carácter especial, auténticamente español. Su mayor mérito se debe a la relación entre pintura y escultura, tan notable en sus obras, en su mayor parte imágenes para retablos tallados de iglesias, y tablas para sillerías.
Es importante Felipe Vigarny, o Bigarny, (+1543), de origen borgoñón, que trabajaba en España ya en 1498. Tuvo gran participación en la escultura del Altar de la Capilla Real de Granada ya terminada y en el altar de la Capilla del condestable en Burgos.
También se destacan Juan de Valmaseda, activo a mediados de siglo, con el particular patetismo de su “Descendimiento”, y, su mayor obra, el retablo de la catedral de Oviedo, en colaboracion con Giralte (o Giraldo) de Bruselas. Importantes son también Gaspar Becerra (ca 1520-1570) con imágenes del altar de la catedral de Astorga y Juan de Juní (1507-1577), de origen borgoñés, pero que pasó casi toda su vida en España, y cuya escultura es de un dramatismo ya casi barroco. Son famosos el retablo de la catedral de El Burgo de Osma; su imaginería en Santa María de Medina de Rioseco; y su “Descendimiento de Cristo” en la catedral de Segovia, su obra más importante.
En Andalucía, el florentino Pedro Torrejano (Torrigiano) y Pedro Millán discípulo de Lorenzo Mercadante de Bretaña, éste muy conocido por su escultura de barro cocido y esmaltado. Aunque se le critica su falta de emotividad, su obra fue muy apreciada en Andalucía. Aunque algunos dejaron notables ejemplos de escultura en piedra y mármol, la preferencia de los escultores por la madera hicieron de su talla una expresión artística típicamente española y castellana.
Escultura funeraria
La escultura funeraria mantiene su gran importancia también en este tiempo, siguiendo la tradición de sepulcros adosados o independientes, en los que destaca el uso del estilo plateresco y renacentista italiano.
En el estilo italiano detacan el italiano Domenico Fancelli (1469-1519), cuyas obras más importantes son las tumbas de los Reyes Católicos en la Capilla Real de Granada, la del Príncipe Alfonso en Santo Tomás de Avila y la del Cardenal Cisneros en Alcalá de Henares y Juan de Borgoña, cuya obra incluye el sepulcro del Condestable de Castilla, en la catedral de Burgos.
En estilo plateresco destaca Vasco de la Zarza (+1524), con la tumba de Alonso de Madrigal, el Tostado, en la catedral de Avila, obra de magnífica decoración plateresca, aunque su cuidadosa representación de la figura humana es expresión de formas renacentistas. Es un monumento funerario grandioso pues abraza por todos sus lados una pilastra de la girola de la catedral de Avila. Obra suya son también los monumentos funerarios de Don Juan Pacheco, marqués de Villena, y el de su esposa Dona María de Portocarreño en el monasterio de El Parral, en Segovia. Son obras en alabastro y de monumental magnitud, que flanquean el altar mayor de la iglesia formando con él un gigantesco tríptico.
Escultura civil
En escultura política, de poca tradición en España, destaca la familia española Leoni, cuya obra se complementa de tal manera que se les suele acreditar sin diferenciación. León, escultor y broncista italiano, quien había trabajado para Carlos V, haciendo por su encargo una serie de retratos de bronce y mármol, y su hijo, Pompeo (ca 1465-1522), quien por encargo de Felipe II fue a España a instalarlas. A éste, se deben en bronce la figura orante del Duque de Lerma, y las estatuas orantes del grupo funerario de Carlos V y Felipe II que se encuentran en El Escorial y la estatua de “Carlos V venciendo el Furor” encadenado a sus pies, obra en bronce con armadura a la romana, que se quita dejando al Emperador completamente desnudo.
Pintura
El siglo XVI representó para la pintura española un largo proceso de liberación de escuelas y técnicas flamencas e italianas que se puede atribuir, más todavía que en la escultura, a la actitud antirreformista en España. Los artistas españoles desarrollaron una religiosidad de estilo en el que una expresión idealizada que se aproxima a la pintura manierista italiana pero sin sus lujos. Se combina con aspectos naturalistas atribuibles a la tradición hispano-flamenca. Este naturalismo, idealización y manierismo espiritualizado va a caracterizar la escuela de pintura religiosa propiamente española. Este proceso tuvo diferente expresión en las varias regiones españolas, siendo Castilla con Andalucía y Levante con Cataluña y Valencia, las dos más importantes.
En la región levantina se mantiene durante el siglo XVI la tradición de altares pintados, generalmente formado por un conjunto de tablas con más o menos estricto sentido temático, que están abrazadas por un amplio marco de madera tallada, o, a las veces también, cubierto de pinturas.
En esta región, por sus estrechas relaciones con Nápoles, se percibe también la influencia italiana más temprana y con efectos más duraderos que en otras regiones. Durante el segundo tercio del siglo la influencia predominante fue la de Rafael, siendo el representante más característico Vicente Masip, mejor conocido por Juan de Juanes (m. 1579), que trabajaba en Valencia. Sus figuras son ejemplos de serenidad manierista, en los que se aprecia el estilo dibujístico idealizante de su maestros italianos. Muy conocidas son su “Ultima Cena” y “El Salvador”. Aunque la excesiva suavidad de su trazado agrada hoy menos, su estilo alcanzó gran favor en su tiempo, a juzgar por las varias réplicas que hizo de algunas de sus obras, favor atribuible a la postura contrarreformista que expresa en ellas.
En Castilla la pintura continuó dominada por el famoso Pedro Berruguete, ya nombrado anteriormente. Y en Andalucía los artistas más destacados fueron Alejo Fernández (m.1545) y Luis de Vargas (1502-1568), cuya obra, magnífica en su dibujo, muestra una fuerte influencia italiana.
Los principales maestros de la pintura religiosa de esta época dan expresión de una sensibilidad auténticamente española, por lo que todos ellos alcanzaron una gran popularidad.
Éste fue el caso de Luís de Morales (ca. 1500-1586), cuyas pinturas fueron muy apreciadas por el pueblo. Sus cuadros de la Virgen y la Virgen con el Niño, repetidas con frecuencia, se distinguen por una lánguida suavidad, quizá excesivamente manierista. Su delicado modelado y técnica acabada e impecable, casi de miniatura, y, sobre todo, la tierna devoción y emotividad que sus cuadros evocan le merecieron el título de "el Divino". En sus cuadros, sin embargo, es de notar la importancia del sentido profundamente religioso y conceptista de algunas de sus escenas.
Caso único fue el cretense Dominico Theotocópulos, el Greco, (1541-1614), el pintor más importante de su tiempo. Llegado a España hacia 1575, tras una estancia en Venecia y Roma, se estableció en Toledo. Allí, tras haber pintado el “Martirio de San Mauricio”, considerado hoy una de sus mejores obras pero que no agradó a Felipe II, el Greco se retiró a Toledo donde desarrolló una extraordinaria actividad artística. En su obra se advierte una progresión desde el manierismo italiano, “La Santísima Trinidad”, hacia una técnica de manchas de color y efectos de luz, sus varios “Adoración de los pastores” y “El bautismo de Cristo”, “El expolio”, “La Anunciación”, “La Crucifixión”, “Oración del Huerto” y “San Jerónimo” o su famosa “Vista de Toledo”.
En estas últimas de carácter religioso es de notar la poca importancia que El Greco da a la actual representación de la escena histórica, para concentrarse en su significado espiritual y religioso. A partir de su obra maestra, “Entierro del conde de Orgaz”, su estilo peculiar se acentúa con escorzos violentos y cánones alargados como en la “Venida del Espíritu Santo”, a la vez que se advierte una tendencia hacia la simplificación del colorido con un claro predominio de tonos grises, como en el retrato del cardenal Tavera.
En la pintura política es de mayor importancia en esta época Alonso Sánchez Coello (1531-1588), el mejor retratista español de la corte de Felipe II. Suyos son el retrato de Felipe II, el de la infante Eugenia, el del Príncipe don Carlos y el del infante Felipe (III), entre otros muchos, que constituyen la mejor ilustración de este reinado.
Artes industriales
Las artes industriales mantienen, en términos generales, los mismos intereses que se evidencian en el siglo anterior. Siendo de gran importancia, y mérito, las tallas de sillerías, la forja de verjas, el uso de la cerámica. También son importantes la orfebrería destinada al culto religioso, la fabricación de órganos, la producción de los libros llamados libros corales de gran tamaño, porque se situaban en el medio del coro para ser leídos desde los asientos; y la encuadernación de tradición árabe y mudéjar de cuero adobado y adornado de pintura o relieve llamada guadamecí (guadalmací, derivado de la ciudad Gadames en Africa).
Cerámica
De tradición árabe, continuada por los musulmanes vasallos de los reyes cristianos, los mudéjares, es la elaboración de cerámica ornamental, muy usada en forma de platos, jarras, jarrones, orzas y sobre todo ladrillos pequeños conocidos por el nombre de azulejos (del árabe az-zulaydj, ladrillito) que de forma muy variada se usaban para los zócalos en los patios de las casas nobles.
Se mantienen populares por sus colores, pero cambian notablemente el dibujo para el que se aceptan generalmente figuras y adornos renacentistas. Con frecuencia, sin embargo, se distinguen restos de la tradición ornamental hispanoárabe en la que abundan varias interpretaciones de pájaros y pavos reales.
Son de importancia los nuevos zócalos del Alcázar de Sevilla, de completa asimilación de formas decorativas italianas y el del Colegio de Corpus Christi, o del Patriarca, en Valencia, que en técnica responde más a la tradición mudéjar.
También la cerámica demuestra el creciente interés por motivos renacentistas, aunque la más popular se mantiene fiel a la tradición mudéjar. La cerámica más famosa continúa siendo en este tiempo la de brillo metálico, cuyo secreto de composición se guardaba en estricto secreto en los alfares.
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