Durante el siglo XIX la música manifiesta, al igual que las otras artes, las consecuencias de los trastornos originados por las guerras napoleónicas, agravados en España por la Guerra de Independencia. Las convulsiones políticas causadas por reimposición de la monarquía absolutista en la persona de Fernando VII, son causa del exilio, voluntario o forzado, de numerosos escritores y artistas durnate los primeros años de su reinado. En consecuencia las figuras más importantes de los primeros años del siglo realizan su obra fuera de España.
Se pueden citar los siguientes, Manuel Vicente García (Sevilla, 1775 - París, 1832), fundador de una escuela de canto, que escribió tonadillas, melólogos y operetas. Tuvo tres hijos (María Malibrán, Paulina Viardot y Manuel García) que llegaron a adquirir fama mundial como cantantes. Fernando Sor (Barcelona, 1778 - París, 1839), que residió en Francia, Inglaterra y Rusia, escribió algunas óperas ("Telémaco", "La feria de Esmira", "El señor generoso"). También escribió numerosas piezas para guitarra. Estas son muy apreciadas todavía y han sido decisivas para la evolución de la técnica guitarrística. A ésta dedicó un "Gran método de guitarra". Juan Crisóstomo de Arriaga (Bilbao, 1806 - París, 1826) quien pasó fuera de España los años más fecundos de breve existencia. A él se deben la ópera "Los esclavos felices", tres cuartetos y una sinfonía.
Más conocido e iniciador del movimiento romántico en la música española, aunque vivió y murió en París, fue el valenciano José Melchor Gomis (Onteniente, 1791 - París, 1836). Sus óperas "La aldeana" y "Aben-Humeya", ésta con texto de Martínez de la Rosa, abundan en pasajes de un romanticismo exaltado y son recordados todavía. Hacia 1826 publicó en París un "Método de solfeo y de canto" que tuvo gran difusión.
Exiliado ilustre por un tiempo fue Mariano Rodríguez de Ledesma (Zaragoza, 1773 - Madrid, 1847) cuyas "Lamentaciones" y "Responsorios de maitines de Reyes" son también considerados como representantes de la música romántica española.
En las primeras décadas del siglo aparece un estilo ligado a la música de salón, pero que se asocia con el romanticismo: el lied, al piano y al violín. Sus compositores, de los que pocos llegaron a ser conocidos, llenaron los salones de romanzas y de canciones, de "hojas de álbums" y de "caprichos". Entre los más conocidos se cuentan Santiago de Masarnáu (Madrid, 1805 - 1882), Marcial del Adalid (La Coruña, 1826 - 1881), Fermín María Alvarez (Zaragoza, 1833 - 1898) y Gabriel Rodríguez (Valencia, 1829 - 1901).
Desde mediados del siglo se nota una renovación musical de gran interés. Dependientes del mismo interés romántico por las costumbres del pueblo, tal como se percibe en la historia y en la literatura, también los compositores buscan para su música una inspiración popular. Los temas populares no son adaptados, como en el siglo anterior, al gusto cortesano, sino que se busca en ellos "el alma" del pueblo, aunque en el proceso se los someta a las exigencias de la nueva estética. Mucho contribuyeron a ello dos grandes musicologistas: Hilarión Eslava y Felipe Pedrell.
Aunque algunos compositores intentan una continuación de música europea expresada con la ópera, como Tomás Bretón (1875 - 1914) con sus nueve óperas y Felipe Pedrell (Tortosa, 1841 - 1922), en su composición "Els Pirineus" (1902), de exuberante estilo wagneriano, la música que encuentra más fortuna y da mayor popularidad a sus compositores son los géneros que se aproximan más a la música popular y regional.
También la música coral adquirió una mayor importancia y valor musical con esta misma inclinación hacia lo nacionaly regional. Así José Anselmo Clavé (Barcelona, 1824 - 1874) escribe "Els pescadors", "Flors de Maig" y "La maquinista"; y José María Iparraguirre (Guernicaco, Arbola). Otros compositores de música coral fueron Francisco Andreví (1786 - 1853), Valentín Zubiaurre (1873 - 1914), maestro en la Real Capilla y compositor de "Misas", "Requiem", "Te Deum", "Stabat Mater", motetes y algunas óperas, "Fernando el Emplazado" y "Ledia". La tradición coral religiosa, a veces independiente de su uso litúrgico, es continuada, y alcanza su mejor momento con Rodríguez de Ledesma y con Hilarión Eslava quien fue maestro en la Real Capilla y profesor del Conservatorio de Madrid, recientemente establecido. Su "Miserere", "Te Deum", "Lamentaciones" y motetes, lo mejor de su obra, son acusados de excesiva teatralidad romántica.
Aunque la música instrumental española a lo largo del siglo se mantiene por lo general en relación con las obras breves, melodiosas y de elemental construcción, características de la música de salón, alcanza gran altura, hacia fines del siglo, con las composiciones para el violín de Jesús de Monasterio (1836 - 1903) y sobre todo Pablo Sarasate (1844 - 1908) que alcanzó fama mundial como violinista de extraordinario virtuosismo.
Como sinfonistas pueden citarse a Tomás Genovés Zaragoza, (oberturas "La batalla de Lepanto" y "Numancia destruida"), Miguel Marqués ("Sinfonías") y Juan Casamitjana.
Por aquellos años, especialmente en Barcelona y Madrid, la afición a la ópera era extremada. Pero los compositores españoles tratan de competir con los extranjeros a menudo utilizando el idioma italiano en los libretos, pero sin poder crear un repertorio de ópera española que se opusiera al italiano. A pesar de ello, aunque pocos, son generalmente temas españoles los que han sobrevivido. Nombres conocidos son Ramón Carnicer ("Adela di Lusignano", 1819; "Elena e Constantino", 1821, y de tema español, "El convidado de piedra", 1822 y "Cristóforo Colombo", 1832); Tomás Genovés (1806 - 1861) con "Enrico e Clotilde", "Zelma e Ignia de Asti"; el valenciano Salvador Giner (1832 - 1911), "Sagunto" y "El soñador", aunque mayor es su fama como compositor de música orquestral y coral de carácter regional.
De todos ellos los de mayor renombre aceptación son los siguientes: Emilio Arrieta ("Ildegonda", 1849; "La conquista de Granada", 1850; "Isabel la Católica"; "Marina"), Tomás Bretón ("Los amantes de Teruel", "Garín", "La Dolores"), Ruperto Chapí ("Margarita la tornera") y Juan Goula ("A la voreta del mar").
La renovación iniciada en la música de España desde la segunda mitad del siglo XIX comenzada con el movimiento musical nacionalista que se acredita a Felipe Pedrell (Tortosa, 1841 1922), continúa llegando a fin de siglo con dos grandes representantes de la música española.
En la música de concierto Isaac Albéniz (1860 - 1909) y Enrique Granados (1866 - 1916) son nombres de una importancia internacional mantenida hasta el presente. Aunque inician, como otros artistas, la renovación de la música española en Francia y con evidente influencia de compositores románticos europeos. Sus obras, compuestas para el gran piano, evocan tonadas de todas las regiones españolas en especial de Andalucía, y forman todavía hoy parte del repertorio obligado de música popular española. Aunque Albéniz es un compositor prolífico, con unas 250 obras a su crédito, son las 12 que componen su "Suite Iberia" (1906 - 1909) las que le han dado mayor renombre.
Caso semejante es el de Granados, estudiante en París, donde compuso para el gran piano la serie conocida como "Danzas españolas". Comisionado más tarde, puso algunas de sus obras en un conjunto de ópera al que dio el título de "Goyescas" (New York, 1916). Pero su recepción y el renombre que le trajo se debe a la música más que a su teatralidad como ópera. Aunque las piezas que componen "Goyescas" gozan todavía de un gran favor, son sus "Danzas españolas" las que le han dado mayor fama.
Grandes contribuyentes a la fama de Albéniz y Granados como compositores de música española han sido en nuestro tiempo Alicia de Larrocha en sus rendiciones al piano, y, un poco anterior, Andrés Segovia, cuyas adaptaciones para guitarra las impuso como repertorio obligado para conciertos de este instrumento. |