Al igual que la literatura y la pintura, la música tiende durante el siglo XVII a fórmulas más complejas en cuanto a la expresión, con las dos características barrocas la integración de lo ornamental y contrastante, y la integración de la música en unidades expresivas mayores y mixtas ballet y teatro.
En música de órgano se destaca Juan Cabanilles (1644-1712) el último gran organista español. En sus variaciones se muestra brillante y explota de manera magistral las posibilidades tímbricas del órgano.
Mucho de la música vocal muestra, además del estilo polifónico muy evolucionado, abundancia de madrigales y de melodías acompañadas. Las canciones están en su mayoría recogidas en cancioneros. Uno de los más importantes, el Cancionero de Claudio de Sablonara, recoge setenta y cinco composiciones romances, villancicos, endechas, folías, seguidillas. El autor mejor representado en él es Mateo Romero, o Rosmerín, de origen flamenco y el músico más famoso de su tiempo. Fue cantor de la Capilla Real de Madrid y, más tarde, maestro de capilla de la misma, muriendo en Madrid en 1647. Otros músicos citados son Juan Blas de Castro (hacia 1560-1631), aragonés, que trabajó en la corte de Felipe III y Felipe IV y fue amigo de Lope de Vega; Gabriel Díaz Besson, maestro en el convento de la Encarnación, en Madrid, luego de Lerma (1616), de la catedral de Córdoba (1624-31) y de las Descalzas Reales de Madrid. Otros cancioneros fueron impresos en Nápoles, Amberes y Roma y varios quedaron manuscritos en las bibliotecas de Madrid, Barcelona, y otras.
La guitarra mantuvo en el siglo XVII su importancia. Y a ella dedica Gaspar Sanz (Zaragoza, 1674) una famosa "Instrucción de música sobre la guitarra española", en la que hay un importante y bello repertorio de gallardas, villanas, folías, pasacalles, alemandas, tarantelas, canarios, chaconas, fantasías, que siguen siendo hoy base del repertorio español de guitarra. Gaspar Sanz murió en Madrid en 1710.
El siglo XVII se considera el comienzo de la ópera y la zarzuela, aunque la música, al parecer formaba sólo parte de las obras teatrales y de una manera esporádica, por lo que no ha dejado apenas rastro alguno. Comedias, autos y dramas de Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, Alarcón y Moreto ofrecían partes musicales más o menos extensas. La primera "fiesta cantada" (ópera) parece haber sido "La selva sin amor" de Lope de Vega (1629) de cuya música nada se ha conservado, ni siquiera memoria de su compositor. De 1660 es "La púrpura rosa", de Calderón, sobre la que tampoco se puede decir nada. La primera ópera conocida que se ha conservado es "Celos aun del aire matan" (1660 ) también de Calderón, con música de Juan Hidalgo.
En cuanto a la zarzuela (con parte cantada y parte hablada), a Calderón se deben también las tres primeras de que se tiene noticia "El jardín de Falerina" (1648), "Golfo de las sirenas" (1657) de tema mitológico, con alternantes recitados y cantados y "El laurel de Apolo" (1657). La nueva composición tuvo fortuna y varios son los compositores conocidos Cristóbal Galán, Carlos Patiño, Juan Hidalgo, Navas, Sebastián Durón y Jusepe Marín (1619-1699).
En el siglo XVIII se evidencian en la música las mismas direcciones conflictivas que se perciben en las demás artes. La entronización de la Casa de Borbón en España fue causa de un acercamiento a las formas vigentes en la corte de Versailles, como lo fue también de una revalorización de temas populares. Estos son expresados en su valor tradicional o en una interpretación cortesana, no distinta de lo que se observa en los cartones de Bayeu y de Goya. La música en general sigue las nuevas líneas afrancesadas, aunque manteniendo siempre una abierta inclinación hacia temas populares. La influencia de estos es perceptible también en los músicos extranjeros que residen en España.
La música tradicional de uso en las iglesias mantiene las direcciones del siglo anterior. En órgano sobresale todavía el valenciano Juan Bautista Cabanilles (1644-1712) considerado como el último gran organista español. Sus composiciones representan una continuación personal del Renacimiento más que un barroquismo al estilo del siglo XVIII europeo.
La música auténticamente dieciochesca comienza con la llegada a España de artistas de origen italiano, Farinelli, cantante en la corte de Felipe V y Fernando VI, y de Domenico Scarlatti (1685-1757) primeramente en Portugal músico de la princesa María Bárbara de Braganza, a la que acompañó tras su matrimonio con Fernando VI. Scarlatti es notable en la música española no solo por la influencia que en ella ejerció, sino también por su aceptación en su obra de temas y ritmos populares y de guitarra.
Díscipulo de Scarlatti es Antonio Soler (1729-83) que estudió en la Escolanía de Montserrat, siendo luego maestro de capilla en la cateral de Lérida y más tarde organista y maestro de capilla en El Escorial. Soler es el mejor representante español de la música del siglo dieciocho. Aunque sigue la inspirada técnica de su maestro, su música, siempre cerca de motivos populares, posee una vivacidad que desmiente todo estilo afrancesado.
También es importante José Nebra que murió en Madrid en 1768. Fue organista de las Descalzas Reales de Madrid y de la Capilla real de la que fue vice maestro y maestro. Aunque compuso sonatas y operas, Nebra es recordado sobre todo por su música religiosa en la que aparecen muchos elementos y temas populares.
Muy famoso es el italiano Luigi Boccherini (1743-1805), llegado a España durante la primera mitad del siglo. A él se debe la introducción a los salones europeos de la forma musical más popular en España, el fandango, y la popularización del uso de la guitarra en la música rococó de salón. Muy conocidos todavía son sus quintetos para guitarra, en los que el fandango es ya concebido como uno de los movimientos.
Ya hacia fines de siglo, durante el reinado de Carlos IV es importante Antonio Ugena, de 1778 a 1805 maestro de la Capilla Real. En sus composiciones se percibe un alejamiento de estilo afrancesado y como una busca de libertades de expresión que se han llamado prerrománticas.
Desde fines del siglo hasta avanzado el siglo XIX, se distingue Fernando Sor (1778-1839). Aunque compositor de música para óperas y ballet, es conocido sobre todo y apreciado todavía hoy por sus composiciones para guitarra.
La música para el teatro parece ser la más absorbente, y apenas hay compositor en el siglo XVIII que no haya escrito óperas, zarzuelas o tonadillas. El operista más importante es Vicente Martín y Soler (Valencia, 1754-Leningrado, 1806), que fue director del Teatro Italiano, de Leningrado, con Catalina de Rusia (1788), y cuya ópera "La cosa rara", estrenada en Viena, le ganó fama mundial. Bernabé Terradellas (Barcelona, 1711-Roma, 1751) obtuvo también grandes éxitos teatrales, ("La Merope").
Escribieron zarzuelas Antonio Literes (Acis y Galatea, Júpiter y Danae), José Peyró, Antonio Rodríguez de Hita (La Briseida), Antonio Rosales (El licenciado Farfulla con texto de Ramón de la Cruz, infatigable y excelente colaborador de los compositores) y otros. Una forma popular y multitudinaria del teatro musical fueron las tonadillas escénicas, de argumento variado, dimensiones reducidas y música fácilmente asimilable; unas dos mil se conservan en la Biblioteca Municipal de Madrid, sólo en parte estudiadas. Los compositores más fecundos en este género fueron Antonio Guerrero, Pablo Esteve, Manuel Pla, Antonio Rosales, Jacinto Valledor, Luis Misón, Blas de Laserna y el escritor Tomás de Iriarte, cultivador del melólogo (para un solo personaje, alternando música y recitado). |